viernes, 11 de abril de 2014

POR AQUÍ PASÓ, HACE UNA SEMANA




Por: Juan Francisco Lara Fernández .
La Vela de Coro, abril 2014 


     Fue el jueves, antes de la Semana Santa, día de San Ezequiel y víspera de mi cumpleaños. Estaba sentado a la sombra generosa del cují que queda en el frente de mi casa, leyendo las malas noticias de un periódico. El sonido de los camiones en la carretera me arrullaba con su música monótona, la brisa de la tarde también hacia lo suyo y el olor de un café lejano se metía en mis turbios pensamientos sin pedir permiso. En resumen, una tarde a las cinco cualquiera de cualquier vida de alguien que viva a veinte metros de la orilla de una carretera grande.

     Entonces pasó, escuche el frenazo y de inmediato vi la motocicleta Harley Davison que se arrastraba echando chispas sobre el asfalto aun caliente. Asombrado vi como el tripulante con la agilidad pasmosa de un gato caía de pie. El hombre era casi alto, tenía barba y cabellos largos como los de un hippie de los setenta, vestía chaqueta y pantalones de jean azul muy gastados y con parches. Sus botas llenas de tierra parecían salidas de una película de John Wayne. Era de una edad indefinible escondida detrás de sus lentes oscuros y su apariencia casi anacrónica.

     Cuando alzó la vista miró hacia donde yo estaba y me hizo una seña pidiéndome agua. Con mi mano derecha le indiqué que esperara. Fui a buscar el agua dentro de la casa. Al llegar a donde estaba el hombre ya había levantado la moto en resalto de la carretera y la había encendido. Bebió casi toda el agua de la jarra con fruición y la restante se la vació por encima al tanque de la moto para quitarle el polvo. Ahora de cerca pude advertir que tenia muchas cicatrices en la frente. Se había quitado los lentes, tenia una mirada de niño grande y una sonrisa triste como la de los muertos. Su piel alguna vez blanca estaba tostada por el sol, tanto que parecía que había vivido años en el desierto.

-¿No tienes algo mas fuerte por ahí, amigo? El agua no me limpia la garganta por mas que beba. 

     Traje una botella de cpcuy de penca que siempre tengo por ahí para las emergencias y le di un trago de arriero. Yo también tomé de aquel líquido mas claro que el agua.Conversamos. A la media hora ya el frasco estaba por la mitad. Llegó la despedida .Me dio las gracias y me llamó por mi nombre, algo muy extraño para mí porque aunque soy escritor, no soy muy conocido y mucho menos famoso. Su voz era algo gruesa y con acento árabe, 
Al notar mi asombro me dijo:

- No te preocupes, a todos los hombres les digo Juan y a todas las mujeres María.

     Me reí y le dije:

 - Amigo, usted lo que es un mamador de gallo. 

     Le decían Chucho, me contó que era un hombre errante, que era de todas partes y de ninguna, que ahora en la Semana Santa tenia mucho trabajo. 

– Todo esta igual o peor que cuando vine por acá la primera vez-dijo con tono triste y pensativo. 

    Pensé que seguro había venido cuando la carretera estaba sin reparar o las cosas estaban mas baratas.

     Se despidió con un apretón de manos no sin antes darme de nuevo las gracias y un consejo:

- Se desprendido, se solidario Juan, ayuda a quien lo necesite como hoy me ayudaste, no importa que te paguen mal, sobre todo nunca odies a nada ni nadie y no leas las malas noticias de los periódicos, solo amargan y entristecen al que las lee. Son tiempos difíciles Juan por eso es que hay que estar alegre.

     Aquel extraño se alejo en su Harley en un segundo, me arrepentí de no haberlo invitado de nuevo a pasar por mi casa.

     Boté el periódico y sus malas noticias y me dediqué a arreglar un juguete roto de un niño vecino.

     Pasaron los días y ya por la carretera se veía el trafico de la gente que viaja en las vacaciones de Semana Santa: carros con rumas de equipaje que van hacia las playas, pelotas de colores, carpas, colchones inflables...

     No soy fanático religioso, creo en todo, pero también soy católico y a veces llego hasta las iglesias para sentir un poco de paz en estos recintos inmensos y serenos. Mi mujer, Olga, el Miércoles Santo por la tarde me invitó a bajar al pueblo de la Vela a la procesión del Sepulcro para pagar una promesa. 

     Las calles llenas de personas que llevaban velas en sus manos y cantaban coros llenos de lamentos y peticiones. Venia la efigie del Nazareno rodeada de luces y llevada a hombros por los fieles, en un bamboleo ritual que daba dramatismo al momento. Todos se persignaban al paso del santo.

     Entonces alcé la mirada y lo comprendí todo.

     Ahí estaba la figura del Cristo con un cuerpo destrozado por los latigazos y golpes de mas de veinte siglos, con la corona de espinas que hacia sangrar cien heridas en su frente y un hueco sangrante muy grande en el costado, con los pies lacerados por dos mil años de andar los caminos buscando la redención de quienes nunca lo entendieron y sobre todo las marcas del dolor que le causan los que maltratan a otros en su nombre. 

     Tostado por el sol de mil caminos y cansado de ver tanta injusticia vestida de sotana o de paltó y corbata, con la mirada de un niño grande, su barba de hippie brillaba a la luz de las velas, era el mismo hombre de la carretera que había conversado conmigo hacía apenas una semana, el mismo de los tragos de cocuy y del consejo sabio.

     Me dolió mucho mas su dolor y entendí mucho mas su consejo .Ahora se por que anda errando en su moto por esos caminos, y el motivo de su triste sonrisa.  Seguro a veces piensa que ha perdido el tiempo después de dos mil años .Se que no es, así en esos andurriales hay mucha gente buena.

     Por un instante sentí que me miraba y creí ver su sonrisa triste como la de los muertos.

     Solo espero que pase otra vez por aquí algún día. Para terminarnos la botella y darle las gracias por el consejo. 

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