Cuando el rojo se hace QUERO y la tonalidad del azul se convierte en ROLANDO, en el lugar de donde salen todas las memorias, en el mismísimo valle de Tucutunemo, el espíritu de un artista temperado, curtido en la talabartería de la vida, logra con unos pocos elementos el prodigio de la abstracción mística, y con ella, una obra plástica de elevado valor artístico.
La pintura de un creador como ROLANDO QUERO se puede emparentar, muy bien, con cualquiera de las sinfonías del gran Ludwig van Beethoven, ya que él consigue con denodada maestría lo que todo artista aspira armonizar en la composición: tanto la forma, como el movimiento y sobre todo color; por eso la creación pictórica de QUERO se asemeja al sonido de un arpa con cuerdas de metal, el mismo que surge del rasgueo monótono en las madrugadas cálidas de marzo y abril en cualquier calle de ese pueblo fantástico que se llamó San Luis de Cura, donde la curtiembre tiene ganada fama y son admirados los artesanos que elaboran las prestigiosas sillas de montar a caballo, carteras, fustes, correas de cinchar, gruperas, sudaderos, correas de espuelas, pretales, cabezadas, cinchas y riendas; objetos todos estos que forman parte de la cotidianidad infantil de QUERO y que ahora reproduce de alguna manera en la abstracción de su creación plástica.
El corte de flujo es necesario para liberar la combinación de todas las fuerzas creativas, esas que permiten mantener con devoción cromática un Ostinato Sostenuto de rojo o de azul sobre el lienzo. En QUERO el rojo representa el fuego o la sangre, o un atardecer crepuscular; rememora, sí, los árboles que sangraban cuando se les hería con el hacha en Viernes Santo, tal como lo refiere Alejo Carpentier en los Pasos Perdidos; representa el Sol colorado de la época de las quemas y de la calima en Venezuela; evoca de igual manera el Sol Rojo de Joan Miró; y expresa la propia nocturnidad con todos sus secretos y silencios.
En el azul monocromático de QUERO el espectador encuentra el sosiego del amanecer, la transparencia con que la claridad franquea el nuevo día, la luminosidad del rayo de luz que se deja colar por los grandes ventanales y rincones del antiguo caserón, hoy su casa/galería de la calle Jaime Bosh de Villa de Cura; en fin, en el azul de QUERO, sopla el viento del este que nos hace sentir el canto de la luz sobre la tela.
Esta Muestra es también una deferencia, un homenaje a los fustería de Villa de Cura, a Juancho Cabrera, a Francisco Pérez Rodríguez, hasta llegar a Reinaldo Silvera, y otros, cuya presencia en su obra es perceptible con una sola mirada. De ellos incorpora algunos elementos de su infancia villacurana y de expresión muy singulares: el aserrín sobrante y uno que otro pequeño trozo o recorte de madera que van quedando de la producción y confección de los aperos del caballo para darle forma y textura a sus monocromías en azul y rojo, cuya expresión visual asemeja a la coloración de la sangre arterial humana, en el caso del rojo, y a lo esplendido de la vida y del amor, en lo que al azul concierne.
La utilización del color aplicado de manera uniforme y sin interrupción en la obra de QUERO, hace que la resultante cromática sea armónica, bien sinfónica, musical hasta nunca acabar; y dado que el predominio abierto de lo monocromático la sostiene, por sí sola, consigue que el contraste que desea conquistar surja a partir de variables timbradas de valor histórico, terrenal y planetario; y asimismo, con la marcada saturación de dos colores primarios, el rojo y el azul, alcanza lo telúrico que trae como resultado la ascensión del movimiento perpetuo del cual nos da cuenta Augusto Monterroso. O lo que es igual, QUERO ha tomado la línea de la fuerza horizontal del planeta, es decir, la trayectoria de la Tierra alrededor del Sol, y el movimiento vertical, profundamente espacial de los rayos solares que tiene su origen en el centro del Sol, para extraer de allí estos dos colores cálidos de su muestra ENERGÍAS ENCONTRADAS.
Sin duda, estamos ante una obra sofisticada de gran calidad, que nos permite seguir y comprender desde la pintura, y al unísono de la marcha del tiempo, una historia viva, presente, enraizada por lo demás, en la historia misma de nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños. Su obra transmite la fuerza con la que a lo largo de su vida ha hecho frente a todas las graves contingencias. También con su gran sentido y testimonio ético, disfruta de su creación solitaria e independiente.
De un espejo enterrado floreció la idea de esta exposición de ROLANDO QUERO, quien encontrándose como invitado a un salón de arte en la amazónica ciudad de Brasilia, y estando allí de visita en el Parlamento brasilero junto con otros artistas de América Latina y Europa, vio subir por las escaleras que dan al Senado carioca un diputado indígena trajeado de negro, y quien llevaba un largo penacho de plumas multicolor en la cabeza. Aquel hombre oriundo de la selva atravesada por el Río Negro, era del color de la tierra y en su rostro cobrizo se expresaba la resistencia de sus hermanos originarios; andaba con un corte de pelo a la usanza indígena y cargaba en su muñeca izquierda una pulsera hecha con semillas de Huayruro o Peonía de color rojo, con sus partes redondeadas en negro; la ajorca era muy parecida a la pulserita que junto con una manito de azabache se le colocaba a los niños recién nacidos en su amada Villa de Cura y en casi todos los pueblos del continente de la esperanza para protegerlos contra el mal de ojo. El arte, después de todo, es un modo de escape, un modo de conquistar.
Uno de los principales motivos de la creación artística es indudablemente la necesidad de sentirnos esenciales en relación con el mundo. Las piezas que incluyen estas ENERGÍAS ENCONTRADAS las ha realizado QUERO, gracias a su compromiso con el poder espiritualmente edificante del color rojo y del color azul, aplica trazos envolventes marcadamente gestuales con el misterioso negro que luego procesa detenidamente para tornarlo mate con toda la pintura; estos rasgos e inserciones neutras sobre la tela la abrillantan y le dan profundidad al rojo y al azul; esa es la imagen del parlamentario de los pueblos indígenas trajeado de negro representada en la obra; son los puntos negros de las peonías ordenados simétricamente en el brazalete del portentoso hombre de la selva.
En la Amazonía peruana, como se sabe, existe la Peonía o Huayruro macho, que es la combinación del rojo con el negro y que aporta armonía y balance a los seres humanos; luego hay una semilla toda roja conocida como la Peonía o el Huayruro hembra que proporciona la protección, es como el amparo que le brinda la madre a su hijo, al que cuida con dedicación franciscana desde el vientre materno. En QUERO la peonía nos recuerda que la naturaleza se impone ante el hombre como lo narra en su novela de costumbres venezolanas Manuel Vicente Romero García.
La creación pasa a lo inesencial en relación con la actividad creadora, afirma Jean Paul Sartre. Por de pronto, aunque le parezca a los demás como algo definitivo, el objeto creado siempre se nos muestra como provisional: siempre podemos cambiar esta línea, este color, esta palabra. Así pinta ROLANDO QUERO, discutiendo consigo mismo frente a sus cuadros hasta que el magnetismo de una mancha lo atrapa y ahí lo deja trepidando entre las líneas de fuga que se esparcen en todas las direcciones. El objeto creado no se impone jamás.
A partir de ahora el rojo se llamará QUERO y el azul se llamará ROLANDO, y ambos colores se llamarán ENERGÍAS ENCONTRADAS. El resto queda a la imaginación del observador para crear lo que quiera. Sólo hay arte por y para los demás.
ISRRAEL SOTILLO, Periodista.
*Escrito en Rosario de Paya, el último día del mes de Mayo del año 2.016
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