Poeta Villacurano Alí Pérez en su estudio de Los Colorados.
Por Jose Agustín Sánchez Arévalo
San Francisco, estado Aragua
Permanecemos tras la calma de la página
Aly Pérez
El poeta ha mudado la piel. En el tiempo y en el espacio, de su relatividad, queda la lucidez de imágenes, palabras y lo desconocido del llanto en alegrías y tristezas ineluctables de eternidad. Al calor de la vida, al frío de vivirla, las horas del poeta son vigiladas sin advertencia de inquietudes y desbordes de conciencia más allá de lo que es con todas sus virtudes, ocultas al desafío de los defectos que asumen el misterioso rol hecho despertares apagados mientras el mundo de olvidos sinestrea con su sombra la enervante caricia de los silencios desgarrándose sobre su Ausencia. Ausencia, sacrificios mitigados de la sed creativa, insaciable, descubriendo el verbo eterno que se hincha de sueños y escribe sus días de entonces sin árbitros de su palabra huérfana, solo, amparado en sus íngrimas fuerzas.
El poeta elude su propia dimensión física y se patentiza en la ceremoniosa labranza de la obra adecuada a todos los sentimientos, a todos los pareceres, a todos los modelados encantos de lectores y lectoras, quienes despegan del polvo que levanta el aire de las emociones, que sus leves o pesadas conciencias registran en fervores, tristezas o aburrimientos de su palabra dada. Nada como el ser permanente y sólido en la tempestad de días sin hacer, dejando caer la arena del desencanto por entre dedos sin lúnulas acariciado por la divina tentación de la palabra, ahora en este instante hecha humo, despegada de su lecho creativo, rechazado por ella, que en levitación busca la razón, escapando a la sinrazón del poeta, quien alucinado trata de propiciar encuentros.
Sus haceres en libres imaginarios, entrelazan maneras de decir del poeta al hermanar poesía y plástica, cuando tonalidades y letras avientan con el transcurrir de los siglos dados en él, en su génesis infinita, rehaciéndose, cual sumo legado alegórico. Ningún camino se le esconde entre el estallido de irisaciones asumiendo el sin rostro de formas o el rostro de lo no figurativo, en el discurso plástico de su creación pictórica, o el desenlace de líneas que perforan liviandades del alma que sin presiones existenciales no levantan suspiros artificiales, más bien, reconocimiento de sus íntimas percepciones, múltiples infinitudes y aptitudes creacionales.
En el encuentro, o en la permanente simbiosis de obra pictórica y creación literaria, la mirada elucubradora jamás se cierra, y en incontables voces, líneas y tonalidades, distinguimos la mano insólita que sempiternamente suena como un manantial secreto que nunca pierde la vida, ni siquiera en el voraz incendio de su Ausencia. Plástica y poesía se aúnan y avivan cada vez, en ardiente respiración con desplazamiento pausado, mas, con vigor de Maestro, plasma la línea y el color con el cuerpo de la frase, y al final, poesía y plástica se oyen desde el fondo del abrazo, en un mismo lenguaje perdurable amamantado inagotablemente desde el álveo lactar de los sueños.
Aly Pérez, su obra poética consecuente y evolutiva exorbita las posibilidades y exonera el riesgo de los límites para ser y estar en la palabra a su modo y condición estéticos, lumbrado de fantasías y realidades, erguido sobre las lomas del poema, inmanente en él, con las llaves únicas para abrir puertas sagradas, quizás en algunas ocasiones creativas, hiperestésico. Un círculo lo cruza y lo gravita aun en Ausencia, se desprende de su composición, abre el pensamiento del corazón, ausculta la imaginación observadora, recorre las causas de lector y lectora, los(as) lleva a abrevar en su fuente poética, y en algún puerto solitario de su eminente obra, nos encontramos con él en los días idos de su exilio horizontal, para recordarlo, abrazarnos y amarlo en su inexistencia.
El chino Aly Pérez, sonríe en la porfiadez del poema, y aunque no viene de cuerpo entero a visitarnos y revelarnos con su lúdica entonación desde la comarca villacurana, donde se refresca el verso de su tradición, espera que la muerte no se lo lleve todo, y podamos aprehender del ciclo hacedor de su estancia pasajera entre nosotros(as), legándonos la “escritura del alma”, como poros de su ser por donde exuda su creación poética: sólo tenemos la estrechez de los días/con el miserable martilleo de las palabras/arremetiendo contra la calma/del blanco jardín en la página.
De atmósfera, de luz, de las condiciones que ofrece la observación del natural, de su sentir y sentido plástico, en su gusto y amor por plasmar el paisaje, sus sonoridades, la ordenación de los elementos quedan al descubierto en su interpretación de contenido lírico y ecológico, por su pulso en el tratamiento, precisa y profunda en la variedad de tonalidades e iluminación. Este pintor de la luz del trópico y del acoso a la tierra, nos hace sentir que la pintura paisajista es un arte revelador del ser de las cosas y formas trascendiendo lo identitario objetivo, y dilucida la masa que apreciamos en sus telas imantadas, magnetizadas de fervor tropical al canto de cigarras y chicharras vibradoras en el mediodía veranero, de soles ardidos. Mas, el pintor contempla, tacta otra realidad descompuesta, el desgarre de la madre tierra, de sus ayes lastimeros, desolados, adoloridos, e impresionado por el paisaje roto, que es la tierra en realidad, nos muestra en algunos de sus cuadros una visión contraria al natural encanto del paisaje, yendo de lo puramente estético, al desgarre de su biología desnaturalizada, y posiblemente, la moral pervertida, humillada de esta madre nuestra y suya, queda decantada en el contenido y profundidad de su arte, con una visión de carácter social.
Aunque para encarar o enfrentar esta aberración, el artista tenga que disponer muchas veces de tonalidades muy vivas, no por ello lo asolado, lo abominable deja de ser aterrador, que es expresado desde una óptica que el definía como proceso inubicable, que lo llevaba a encontrarse con lo real, la tierra, estudiando los pájaros, cazador de la instantaneidad de sus vuelos. Aly Pérez en su robusta fuerza imaginaria, su sensible carácter de hacedor, nos impregna con el tratamiento de luz y sombras en un trance reflexivo de misterio con el paisaje digno, puro y también desmembrado, abominado; y en largas y enriquecedoras conversaciones sobre poesía y arte, sumido en sus recorridos, nos dijo: “Soy el paisaje de mi memoria, de mi ser y estar, de mi cuerpo íntegro y abominado, y el que desde mi mirada aparente de afuera me ofrece y me llama, me invita a escribirlo en colores y pintarlo en palabras”.
Mucho después, ya con la conciencia del artista avanzado, expresaría para referirse a su trabajo artístico: “más que el paisaje, es la tierra que agredimos sin saberlo y también concientemente, la que me llama con sus gritos aterradores para que la diga, y junto a ella con mi pintura volver al ser consustanciado que llevo a cuestas de mis larvados siglos, desde su vientre por donde, tal vez me hago universo, de donde nos desprendemos en un afán cultural”.
Poco antes de partir nos refiere en sentido seriamente risueño donde se dilata la frase citando a otro poeta: “cuando estemos muertos hablaremos de la vida”.
Es un hermoso texto sobre un gran poeta.
ResponderEliminarLaura Antillano