Por: Juan Francisco Lara F
Cagua, estado Aragua
A Maria Teresa Fuenmayor.
Eran las tres de la madrugada, yo había logrado entrar rompiendo una puerta de aquella casa vieja de Villa de Cura.
El hombre que la cuidó por tanto tiempo había muerto y mi curiosidad de borracho impertinente había ganado ante el miedo que infundían las manchadas paredes de tapia y los sonoros techos de caña amarga antigua.
Una a una fui visitando sus habitaciones, por momentos sentí como si ya hubiera estado en el horrible lugar. Muebles ancestrales cubiertos de polvo acentuaban la sensación de un ¨Dejavu¨. Una rata enorme que pasó sobre mis zapatos hizo que pegara un salto y soltara un grito que espantó a unos pájaros dormidos en uno de los huecos de las paredes.
En un cuartucho del fondo con una puerta de hierro oxidado, había algunas herramientas de orfebre y un molde para hacer peces diminutos. Algunos libros antiguos cubrían las paredes y un olor acre salía de unos frascos partidos. En mi mente no lograba recordar el por qué me parecía haber contemplado antes todo aquello.
En otro cuarto algunas cosas antiguas e igualmente polvorientas tenían letreros pequeños con sus nombres: Vaso, Orinal, Baúl. Revolver, Olla, Escupidera.
Cuando entré en otra habitación, en una mesa pequeña vi una fotografía casi desecha de una niña del siglo pasado de más o menos trece años. De inmediato me di cuenta de lo que pasaba. Corrí hacia el patio con desesperación, de un empujón cayó la puerta y la luz entró a la casa en una estampida de claridad deslumbrante.
Entonces lo vi. Ahí, en el medio de aquel solar cubierto de malezas y matas de guayaba, amarrado del enorme samán aragüeño con una cadena de león estaba el gigantesco anciano hablando solo. Nada menos que el gran José Arcadio Buendía .
Todos mis miedos se esfumaron. Estuve largos minutos observándolo, luego salí de allí en carrera .Cuando el sol me despertó estaba en la plaza y eran las diez de la mañana. Nunca mas me acerqué a la casa vieja de la calle Páez. No era necesario. Ya sabia lo que había que saber . Macondo, como Dios, existe en todas partes.
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