jueves, 4 de julio de 2013

LAS HISTORIAS DE DOÑA EVENCIA



Por María Teresa Fuenmayor Tovar
Villa de Cura, estado Aragua

               Nadie sabe cuántos años tiene Doña Evencia. Si se observa su menuda figura, la escasez de sus cabellos blancos y la abundancia de sus arrugas, pareciera tener todos los años del mundo.
              Camina con una agilidad distinta, que el tiempo hace cada vez más diferente, y con la sonrisa simple de quienes estando más allá de todas las experiencias han vuelto a la inocente sencillez de los niños.
             Se sabe cuando anda cerca por los ladridos ya que a Doña Evencia la precede y sigue una escolta de perros callejeros, famélicos, pulgosos, sarnosos, con quienes comparte la única habitación de su ranchito y el poco alimento que consigue al día. Ladran sin morder, no pelean entre ellos ni con los demás perros del vecindario ni siquiera en los momentos en que su macilenta naturaleza les hace las llamadas más fuertes. Es como si la compañía de esta viejecita silenciosa y tranquila les hubiera amansado toda agresividad.
               Comen cualquier cosa: pan, huesos, verduras…menos carne. Creo que no podrían recordar cuando fue la última vez que la probaron.
              Un día Doña Evencia bajó del cerro y se dirigió al Banco a cobrar por primera vez su pensión de vejez. No sé quién le hizo antes todas las diligencias, pero mi hermana que estaba en el mismo Banco pagando la luz me contó que cuando Doña Evencia entró el vigilante le reclamó y sacó los perros. Ella con sencillez y sin intentar siquiera hacer la fila insistió en cobrar.
    Con expresión perpleja la empleada le explicaba que debía entregar su cédula de identidad para poder demostrar quién era y Doña Evencia sorprendida –vivencia de tantos años en los que bastaba la palabra para decir la verdad y nadie hacía uso de documentos para mentir- abrió su bolso descolorido y sacó un comprobante antiquísimo de vacunación que la acreditaba ser inmune a la fiebre tifoidea y una foto de su propia madre sentada en un sillón de paletas con esa firme dignidad de nuestras doñas de hace un siglo.
    Dos tiempos, dos mentalidades, dos vidas tan distintas que buscaban encontrarse mediante una discusión imposible de entender para cada una.
           Al final, la joven que la atendía sonrió con gesto de burla, llevó el comprobante y la foto al gerente y le comentó el caso en tono de chiste.
           El ejecutivo miró a la anciana y los ojos fríos acostumbrados a juzgar y calibrar a las personas según su poder adquisitivo se animaron con una ternura nueva ante la viejecita desarrapada que le sonreía con su mirada más allá del tiempo.
           Mi hermana me cuenta que escuchó claramente cuando le decía a la secretaria:
    -Páguele la pensión, yo me responsabilizo –y un poco más bajo- para allá vamos todos.
           Al rato salía Doña Evencia con sus pulgares azulados por la tinta utilizada para estampar sus huellas, apretando fuerte el bolso –ahora precioso- rodeada de sus perros, y con su sonrisa sencilla y su agilidad distinta dirigió sus pasos hacia la carnicería. 

Sitio web de la imagen: http://leyendasycuentosdeterror.com.mx/la-abuela-y-el-perro/

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