Por: Villa Literaria Zamora
En octubre de 1990 fue creada por decreto del alcalde Alberto Roye Flores la Casa de la Cultura Rafael Bolívar Coronado, la cual quedó en sus inicios bajo la dirección del artista plástico Alfonso Pacheco Brito. Esta institución debió ser concebida para que constituyera el eje de la cultura zamorana, labor bastante difícil tratándose de un sector marcado por la dispersión y el escepticismo hacia todo ente oficial.
Ahora, haciendo un poco de historia, según el testimonio oral esa estructura fue la Casa Presidencial del Gran Estado Miranda, pero ya para comienzos del siglo XX la casa en ruinas servía para el juego de los niños y encuentros amorosos.
Otros sostienen que esta casa era propiedad de la familia Bigott, hasta que un grupo de personas decidieron comprarla para construir el Club Social de Villa de Cura, donde se sucedieron grandes fiestas (así la conocimos a finales de la década del 70, si la memoria no nos falla).
Desde que esta casa se convirtió en Casa de la Cultura Rafael Bolívar Coronado, los vaivenes políticos han afectado la continuidad de los programas, proyectos y planes que pudieran haber tenido aquellos cultores y gerentes culturales que sucesivamente han ocupado el cargo de director de la Casa. Personas cualificadas y exitosas en cada una de sus facetas artísticas. Por ejemplo: Rosana Hernández Pasquier, Ana Belén Aular (fallecida), Aura del Valle, Juan Carlos Chinea, José Meléndez, Orlando Ascanio, Margarita Delgado, Argenis Díaz, Ramón Medina, Alexis Acosta, Belkis Martínez y Marcos Leal. Con mayor o menor impacto en la comunidad, estas gestiones han tenido una desventaja o debilidad: presupuesto deficitario.
Sería injusto proseguir con esta reseña si no decimos algo a favor de dos promotores culturales que se han esforzado siempre por salvar la imagen de la Casa de la Cultura villacurana: Marcos Montesinos y César Martínez, a través de los juegos tradicionales, el ajedrez, los títeres y las marionetas. Verdaderos sobrevivientes de este marasmo, por llamarlos de alguna forma.
Pocas de estas gestiones manejaron un presupuesto decente y suficiente para emprender una verdadera acción cultural más allá del eventismo tradicional: carnavales, peregrinaciones, fiestas de La Villa, navidades y otras. Ha sido muy difícil, como decía Orlando Ascanio, “generar una estructura plural y dinámica donde fundamentalmente exista la transferencia creativa y productiva”. O como decía Argenis Díaz: “Dar a la Cultura el rango que merece”. No habiendo autonomía para manejar un presupuesto adecuado a las demandas culturales del municipio no se puede hacer mucho desde las instituciones. No faltó quien quiso colocar un epitafio sobre las agrietadas paredes de la Casa.
Desde hace mucho tiempo la Casa de la Cultura presenta fallas en su estructura, sistema eléctrico y alumbrado. El espacio no permite el cobijo de diferentes manifestaciones y una práctica cultural acorde con los nuevos tiempos, y su única utilidad ha sido en ocasiones la de servir de centro de actividades políticas de toda índole. En resumidas cuentas, a lo largo del tiempo, la Casa de la Cultura ha dado poca cultura a la comunidad villacurana. Sus instalaciones son obsoletas e inadecuadas para emprender realmente una “revolución cultural”.
Muchos opinan que Villa de Cura, el municipio Zamora en general, necesita una nueva estructura, un nuevo espacio, un complejo cultural que sirva de referencia a la cultura local. También hace falta un instrumento jurídico, una ordenanza, ajustada a la Ley Orgánica de Cultura aprobada en fecha reciente, que le dé autonomía y recursos a quienes en consonancia con el Poder Popular, los cultores y cultoras, las agrupaciones culturales e instituciones buscan impulsar la cultura villacurana y zamorana.
Son 25 años de largo peregrinar en el ámbito cultural, en la otrora Atenas de Aragua, como solía decir Ana Belén Aular, quien soñaba con escuchar a los Niños Cantores de Villa de Cura cantarle al pueblo villacurano y ver a las Danzas Caribai, a los Turpiales, a Loco Lindo y los poetas en un espacio ameno y compartido por todos en la diversidad de sus manifestaciones.
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