Por: María Teresa Fuenmayor Tovar
Pero…¿Por qué no hablaba Lorito Viejo? Ah, la historia era antiiiigua… Todo comenzó cuando Lorito Viejo era sólo Lorito. En ese entonces sus alas aún no habían crecido lo suficiente como para poder volar y lo alimentaban con trocitos de pan remojados en leche y convertidos en una deliciosa papilla. En la jaula de al lado vivía un perico de esos que llaman “cara sucia” que se daba unos verdaderos banquetes de dorados granos de maíz y semillas de girasol. Un día, un granito de maíz de los que el perico alborotaba cuando comía, saltó hasta la jaula de Lorito quien –ni corto ni perezoso- se lo tragó de un solo bocado. Su garganta –acostumbrada como estaba a la suave papilla –se resintió ante la dureza del maíz. A Lorito le vino un ataque de tos. De verde pasó a morado y luego a marrón, atragantado con el duro maíz. Al fin se recuperó cuando el maíz logró terminar su esforzado descenso desde la garganta hasta el estómago, pero ya el mal estaba hecho: estuvo ¡Tres meses! con dolor de garganta y justo ¡justo! coincidió este tiempo con la época en que trataban de enseñarle a hablar:
-¡Trúa, Loritoooooo!- Le repetía a cada rato la abuelita que le había recibido como regalo del Día de la Madre con un hermoso lazo colorado al cuello.
-¡Lorito real, me voy para Portugal…trúa!
Lorito trataba pero no le salía ni el “trúa”, sólo conseguía un punzante dolor de garganta cada vez que intentaba hablar.
Un buen día ambos se dieron por vencidos – tanto Lorito como la abuelita- y en la casa ya no se escuchó más el “Trúa”.
Ahora, ya más que adulto, quien antes era simplemente Lorito había pasado a ser llamado Lorito Viejo y al fin se comunicaba…mediante el lenguaje de señas.
El periquito le decía:
-Lorito Viejo ¿Por qué no empleas en aprender a hablar el tiempo que dedicas a estudiar el lenguaje de señas?
Y Lorito Viejo contestaba con movimiento de dedos y plumas:
-¿Es que no has oído el refrán? ¡Loro viejo no aprende a hablar!
Un día llegó la abuelita de la calle. La misma abuelita, sólo que con el cabello más cano, la espalda más curva y el paso más lento. Esta vez traía un brillo nuevo en la mirada un poco opacada por las cataratas:
-¡Voy a aprender a tocar cuatro! –le dijo a su hija - ¡Hay un curso especialmente dedicado a la tercera edad. Es por el Consejo Comunal y lo van a impartir en la Biblioteca!
-¡Ay, mamá! –se preocupó la hija - ¿Y cuánto costará eso?
-Nada, hija, es gratis ¿No te dije que es por el Consejo Comunal?
Periquito enarcó sus emplumadas cejas e hizo un gesto a Lorito quien se afanó con sus deditos y plumas para expresar el consabido “Loro viejo no aprende a hablar”.
Cuando la abuelita comenzó a dedicar las tardes a cantar con voz cascada pero muy afinada valses, pasajes, joropos, golpes y corríos acompañada por el rítmico y armonioso sonido del cuatro, Lorito Viejo tuvo que rendirse a la evidencia: los mayores ¡Sí podían aprender!
Poco a poco y con la entusiasta e insistente ayuda del perico hizo sus primeros intentos -después de tanto tiempo- en esto de aprender a hablar. Para su sorpresa, su vieja garganta…¡Nunca le dolió!
Ahora, por las tardes, se escuchan las dos voces –la de la abuelita y la de Lorito Viejo- que, acompañados por el rítmico y armonioso sonido del cuatro que toca la anciana cantan -en perfecto castellano- valses, pasajes, joropos, golpes y corríos mientras periquito se alegra de que su insistencia haya dado fruto.
Y colorín colora’o este cuento se ha acaba’o.
Sitio web de la imagen: http://www.flickr.com/photos/niconaso/6371482899/
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