jueves, 10 de agosto de 2017

"LAS VUELTAS DE DOÑA ANA" (Para pequeños lectores)





                                                                                                                     
Era la única hija y por supuesto consentida del matrimonio conformado por una criolla con un ingenuo inmigrante de nacionalidad italiana. Con el nombre de María Carlota fue bautizada. De igual modo se llamaba su abuela paterna allá en Sicilia. Era una niña como todas que jugaba con muñecas, carritos en miniatura y otros juguetes tradicionales. A su padre lo aguardaba y convencía para cada vez que llegaban los carrouseles de visita, la llevara a distraerse a ese parque de diversones. Lo que más le fascinaba era cabalgar, dando vueltas, subida sobre un caballito de madera de cuello levantado y múltiples colores.

En una especie de patio encementado se la veía jugar casi todas las tardes   un popular y conocido juego de ronda alegrado por un canto   llamado “Doña Ana”. Algunas veces se salía de la rutina y se ponía a cantar y bailar otras canciones infantiles venezolanas y  de amor maternal que le habían enseñado en la escuela, entre cuya lista se contaban: María Moñitos, Don Gato, Arroz con Leche, La Pájara Pinta y El Carite, que hacían poner aquella carita muy  feliz.

El juego de diversión “Doña Ana”, probablemente por todos conocido, consiste en que  las integrantes forman  una circunferencia dando vuelta y más vuelta,  sujetadas por las manos y dos participantes confinadas en el centro. María Carlota ya se había aprendido de memoria la canción de tanto oírla interpretar, pero la perfeccionó compartiendo con sus amiguitas. La letra dice al principio:

“Doña Ana  no está aquí,
anda por su vergel,
abriendo la rosa
y regando el clavel”.

Cuando le llega al tiempo de la madurez, María Carlota se encuentra enamorada, sintió el flechazo de Cupido y llega el día de su casamiento. Hubo celebración.  A mitad de la fiesta de  boda recordó sus tiempos de infancia y el juego de “Doña Ana”, que tanto danzaba, le fascinaba y sentía cuando era una niña.

En el fervor de la celebración llega la fiebre  de la medianoche y en  lo  que fue una especie de cierre y de adiós a  la fiesta, los  anfitriones e invitados forman una pachanga carnavalesca, con mascaras, caretas, sombreros de goma espuma, posan y se toman fotos con sus celulares, danzan, tocan pitos, flautas, y hacen un desfile alrededor del salón, imitando un paso de  ferrocarril, festejo cuyo nombre completo es conocido como “La Hora Loca”. María Carlota se arremanga con las dos manos el  largo vestido  de novia  y se integra inmediatamente a la diversión, rememorando los felices momentos cuando jugaba a  “Doña Ana” y recordando los pormenores de su infancia.

Poco a poco, el tiempo va marcando la distancia y se abren caminos nuevos. De aquella feliz unión nace una niña. Su nombre como es costumbre no es distinto al de la madre, también le pusieron María Carlota;  fue creciendo la chiquilla al calor de la misma urbanización entrando a formar parte de la legión de niños de la comunidad.  María Carlota termina enseñando a su hija María Carlota el baile y canto de “Doña Ana”, cuando  ésta apenas rondaba por los cinco años de edad. Trajinando el mismo sendero que marcan la rueda y el camino de la vida.


Oscar Carrasquel, La Villa de San Luis de Cura, 27 de julio de 2017





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