viernes, 30 de noviembre de 2012

AMANECER EN EL BARRIO



Por: Luna Francés


       Hoy, como todos los días, me he levantado con la alborada. Los gallos cantan su quiquiriquí levantando a las somnolientas  gallinas las cuales  ponen su huevo del día listo para  desayunar.  El café recién coladito inunda con su aroma todo el lugar.
         Desde la ventana puedo divisar a Humberto Roa Aguilar, en lo mas alto del cerro cada mañana sin desmayar con su escardilla sonora siembra semillas de la verdad colocando rojas banderitas para que los cuervos no las puedan devorar
       A lo lejos grita doña María:
 -“¡Levántate,  muchacho, que vas a llegar tarde al colegio!”
        Doña Petra,  afanada en la batea,  palo y palo con los pantalones raidos de Don José. descargando en ellos la rabia de la borrachera que este Don a diario lleva.
       Doña Jacinta en su mecedora,  con la mirada perdida en la añoranza  de los años mozos  que se han ido y  no volverán.
      Me pongo el traje de mil colores, zapatillas de cristal,  en busca del príncipe ideal
      En el camino sale don  José  corriendo pa’l que hacer
      Del rancho de doña Teresa Samele, sale en veloz carrera Lunita perseguida por el Murrungo.  Ese gato bandolero no hay perro que no le corra.
      En la esquina Flor y Petronila poniéndose al día con el chisme: que si Juana anda con el marido de Susana, que si Teresa llegó a media noche rascada, que si Lupe anda preñada…         Y así ellas solitas arman su noticiero matutino.
       Mas  abajito se encuentra doña Josefa. Ella muy elegante, con su cara de princesa y cuerpo de quinceañera feliz.  La he mirado barriendo el vecindario con un rojo pañuelo atado a su cabeza tarareando  su canción muy conocida por todos en el barrio.

Barre que barre ña Josefa
Barre que barre las hojas secas
Barre que barre ña Josefa
Barre el polvo de la tristeza
Barre que barre ña Josefa
Barre lo amargo  de la soledad

       Una y otra vez  vuelve a comenzar  aquella canción de nunca acabar,  con su eterna sonrisa que a todos conquista con los ochenta años que lleva a cuestas.
        Debajo de un frondoso guásimo, Don Leo Villaparedes con su paleta de arcoíris dando vida a su Madreselva, Su inseparable nieto juega con los morrocoyes dándoles lechuguita para el desayuno.
       Muy cerquita de ellos María T. con su guitarra compañera entonando hermosas melodías que su esposo Orlando y el travieso Luis F. escuchan embelesados.
      Vienen bajando los eternos  enamorados: Don Juan y Doña Olga.  Ella siempre colgada del brazo como en los tiempos de antaño, admirados por todos en el barrio.
      Sentado a orillas de la carretera se encuentra Don Pablo Cabrera, lo llaman el Poeta sin Fronteras. Recogiendo estrellas que Dios le envía desde el cielo en las noches de luna llena.
Si algún día me quieres visitar, la dirección te voy a dar:


Camino ignoto
 Sector la fantasía.
 Calle de los sueños
Casa de Luna.

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