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jueves, 16 de junio de 2016

LA MAESTRA ANA CONSUELO MILANO


La joven maestra. Óleo de Jean-Baptiste-Simèon Chardin (ca. 1740). National Gallery, Londres



      Oldman Botello
  oldmanbotello@hotmail.com

    Nació en Barbacoas cuando era estado Guárico y ya era octogenaria. Integrante de una familia llanerísima, que surgió tal vez desde San Sebastián y se aposentó en el antiguo y desaparecido poblado de Paya Arriba, al norte de Parapara, desde el siglo XVII y luego el apelativo se avecindó en Parapara. Su nombre fue Ana Consuelo Milano y a ella le debo, como mi maestra de primer grado, haber aprendido a leer y a escribir gracias  a su método de enseñanza.

   Corrían los años finales de la dictadura perezjimenista y estudié en la escuelita de la calle Comercio de Villa de Curabelk, hacia el cementerio, hoy llamada escuela Vinicio Adames cuando comenzaron los homenajes al caído en las Azores. De buen porte Ana Consuelo, muy joven ingresó a la docencia. Éramos pocos alumnos, recuerdo en aquella única aula, porque era escuela unitaria dependiente de la Gobernación del estado. Con esa escuela ocurrió una de esas cosas insólitas que pasan en los pueblos interioranos. La escuela fue construida en La Alameda, en 1949 en la administración del capitán Fernández Ortiz, frente a la parada de los buses que iban o venían Maracay-San Juan de los Morros o San Francisco de asís. Pero alguien vinculado al gobierno en turno, el de Pérez Jiménez, logró que la derribaran porque no debía estar en sitio céntrico y estratégico una escuela, sino lo que convenía era un gran almacén y hoy un centro comercial de mala muerte. Fue entonces cuando se construyó el edificio Alameda de don Martín Hernández, turmereño y de ñapa padrino de mi madre y cuyo gigantesco inmueble, feo con requete, abarcaba toda una manzana que se llevó por delante también a la centenaria ceiba en el cruce de Comercio con Bolívar y Villegas; el edificio nos impedía ver desde mi casa frontera la inmensidad de la desaparecida e historiada sabana de Villa de Cura y a los arrieros amarrar su caballos o burritos con los productos del campo para llevarlos a los almacenes.

  Mi maestra, digo, emprendía todos los días su caminata de diez cuadras lo menos desde su residencia hasta la escuelita que dirigía, sin secretaria y si acaso, un o una aseadora. No creo que había más de ocho o diez los alumnos de la lejana institución, a poca distancia del cementerio Oeste hasta donde la aventó la dictadura y sus cómitres. Ese mismo trayecto, pero seis cuadras lo hacíamos mi padre y yo en la mañana y en la tarde, tomados de la mano porque eran dos turnos. Recibíamos de doña Ana Consuelo Milano las lecciones de algún silabario y el libro “primario”, como le decían, de Santiago Schell, uno de los héroes venezolanos de la literatura didáctica de primero a sexto grado. Gangueábamos las lecciones y garabateábamos las letras hasta julio cuando la maestra dijo, ya está bueno. Se terminó el primer grado. La sorpresa fue que mi edad era la de un carricito, de apenas cinco años que ya leía y escribía de corrido.  Eso no se permitía e iba a tener problemas.

   Recuerdo que en esos días finales del curso, llegó a buscarla en la tarde su entonces esposo don Ramón Parra Díaz y le comentó, “ven para que veas cómo lee este niño” y me fajé con un párrafo del libro de Schnell que me salió bien. Si no es porque en el examen final me puse de frasquitero a colocar una M mayúscula en medio de una palabra, mi nota habría sido de cien puntos, como se estiló hasta ese año. Ya en segundo grado la nota máxima era veinte hasta el sol de hoy. Así quedé listo para otra etapa en la Arístides Rojas, donde me enfrenté a una fiera, el director Juan Jacobo Galeno Yépez o Yépez Galeno, larense, que un día me “esmoñó” porque llegué corriendo a la formación; no escuché el timbre; a la maestra de segundo grado, Berta Mendía Adames, la recuerdo en otro plano. La casi totalidad de esos maestros rendían pleitesía al gobierno perezjimenista. Solo así se permitía la vigencia de aquello de que “la letra con sangre entra”. Cómo no recordar al turmereño maestro Mijares, golpeando alumnos encerrados en un cuarto de depósito. Ninguno de ellos permaneció en la educación una vez caído el oprobioso régimen.

  Pero bien, lo que decía es que siempre recordé a mi maestra Ana Consuelo Milano. Más nunca la ví. Ella se divorció y se fue a Maracay donde continuó su vida con sus hijos. Fue una gran persona, enorme educadora y en parte por ella soy quien soy. Que en paz descanse maestra. “Gracias por los favores recibidos”.
                                                       
  SITIO WEB DE LA IMAGEN: https://verbiclara.wordpress.com/2013/12/22/al-maestro-pablo-martinez-leon/la-joven-maestra-2/

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