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martes, 28 de abril de 2015

¡SI PUDIÉRAMOS REGRESAR EL TIEMPO!




Por Oscar Carrasquel
Villa de Cura, estado Aragua

 La juventud es un estado de la mente y el alma, según  como asuma la vida cada quien. Es una hermosa etapa de la vida por donde todos tenemos que transitar. Por la parte que nos corresponde hemos dicho que la nuestra fue bonita. Pobre pero digna. Nuestra juventud fue de dedicación a nuestra familia, de respeto mutuo con nuestros semejantes, con entrega al estudio. Al trabajo desde temprano. De apego a la lectura. De gusto por la naturaleza.  Entregado al ejercicio del deporte y a la sana diversión. Todo esto nos guió en la vida y deja una marca indeleble que no la borra ni el tiempo. 

Los años transcurridos hacen que todo evolucione. Con los pies hemos recorrido mundos. Los años de experiencia nos han convencido que la juventud de ahora no es la misma de  antes. 
Hablamos esto sólo para hacer una retrospectiva del camino  recorrido, en esa etapa inolvidable de nuestra vida. Una parte de la historia de los años juveniles.

Villa de Cura es una ciudad rodeada de colinas que se elevan por todo su contorno conformando un solo valle: El Vigía, Platillón, Cerro Azul, Picacho Blanco, Cerro Pelón, Los Chivos, El Calvario, y La Virgen, se cuentan entre sus cerros.  Y un cañón por donde se desparraman los valles aragüeños hacia los llanos guariqueños y apureños y hacia el sur de la entidad. 

Hace más de seis décadas atrás Villa de Cura era una ciudad de ríos rumorosos y de aguas limpias por todos lados. Y de agua abundante en el subsuelo. En todos sus linderos se sentía el accionar de la naturaleza. 

Por ejemplo, hasta hace como una década, en El Cortijo y todo el Valle de Tucutunemo no se percibía otra cosa que el riego y cultivo de extensos sembradíos de maíz, tomate, papa, caraota, pimentón, hortalizas y cría de ganado. Las semillas producidas en estos campos eran de certificación nacional y creo que internacional. Muy requerida por los productores de todo el país. 

Había que ver la cantidad de litros de leche que durante su apogeo salían de La Providencia, Montero, El Banco, La Lagunita y granjas de medianos y pequeños productores de Los Bagres y El Cortijo. 

Hay que recordar aquellos tiempos de buena cosecha cuando se podían ver en fila india los camiones 350, 600 y 750, cargados hasta la coronilla de productos para llevarlos a los Mercados Periféricos.  Sigo recordando que a mucha gente le daban luz verde para el "rebusque", que no era otra cosa que el aprovechamiento de los frutos que desechaba en su paso la cosechadora.  

¡Vayamos a ver lo que es hoy en día!

Ahora, en su  lugar, se puede observar diariamente camiones de gran capacidad, entrando a La Villa repletos de bolsones negros de desechos y basuras para el activado vertedero de Guayabal... Una vez venía yo de copiloto detrás de una de estas unidades a la cual le guindaron un rótulo adonde irónicamente se leía: "Por amor a Zamora". 

Seguramente los viejos habitantes de La Villa, que aún nos acompañan en la vida, recordarán bien que a mediados del siglo pasado, algunos habitantes se organizaban en romería a bañarse y  pescar en el río Guárico y  rio Tucutunemo, porque siempre había en su curso una abundante cosecha de palometas, rayados, coporos, palambras y corronchos. Si uno deseaba disfrutar de un  suculento hervido de "roncador",  o de un trozo de pescado frito, solo había que llevar al río  anzuelos, la olla, alguna verdura y  fósforo, porque el bosque le proporcionaba el bojote de leña. 

En los días de infatigable calor veraniego, de sol ardiente y cielo azulito, los villacuranos de diferentes  edades, en los años 50, nos fuimos acostumbrando a darnos un baño en los pozos que se hacían en el curso del río Guárico, los cuales hicimos nuestros compañeros. La mayoría de veces  en excursiones dominicales. (Salíamos después de desayuno y regresábamos con el ocaso). Y uno que otro día, todavía zagales, por vía de la jubilada de nuestras aulas escolares burlando el certero seguimiento del Policía Escolar. 

Frecuentemente  nos íbamos en autobús por carretera de macadam, y seguíamos a pie disfrutando del añorante paisaje de sus campiñas;  cazando palomitas en el camino; o a principio de año, derribando con hondas las iguanas en las ramas de samanes y caros para degustar de la sabrosura de sus huevos. A disfrutar de las plantas frutales que crecían silvestres entre plantíos, y en  las márgenes de sus ríos. Los muchachos derrochábamos el gusto en cada visita que hacíamos, comiendo fruticas de mamón, mangos, algarrobo, cotoperiz, jobo y una mata que en sus ramas dejaba ver una vainita  con una tierna semilla llamada "retama". 

Prosigue mi memoria recorriendo los verdes aledaños del otrora encantador río Tucutunemo, con sus pájaros de todas las especies y colores en sus arboledas cantándole a la vida. Los pozos que surcaban su caudal fueron: el Quita Calzón, El Caracol. El Deleite, El paso del Caballo. Hoy su cauce esta convertido en un erial,  un hilo de aguas verdosas y hediondas es lo que corre, con pececillos resistentes a la contaminación, provenientes de una laguna vecina. 

A un costado de la carretera a San Juan de los Morros se ubicaban los pozos de "Quebrada Honda","La Planta" y  "El Carmen". En el limítrofe de Aragua con Guárico, "La Quebrada de Piritu", y las profundas aguas del "Salto de Piritu".  

Del curso del  río "Guárico", un río anteriormente invadeable , tan solo quedan sus barrancos y uno que otro pocito de aguas fétidas, restos de neveras , perolas de cerveza y unos cuantos zamuros disfrutando de la siesta. 

Flamea en la pantalla del recuerdo el balneario debajo del puente  Santa Rosa, bastante nos sumergimos  en sus clarísimas y rumorosas  aguas   que descienden desde la Sierra del Sur. Allí calmaron su sed y llenaban sus taparitas de agua los  peregrinos en febrero. Ayer un río indómito y cantarino, convertido hoy en un hilillo de aguas tranquilas. 

Siempre hemos tenido presente la existencia del primoroso y zizagueante río "Curita", metido entre un nudo de árboles, en cuyos remansos se  lanzaban anzuelos y redes para la pesca y la gente, en especial los muchachos, se bañaban en las pozas que dejaban las crecidas invernales. Ahora es un estrechísimo canal cubierto de tierra, hojarasca y basura. 

Hacia la parte sur de la ciudad las aguas represadas en el llamado "Paredón de la Represa", en su orilla  los carreteros se bañaban y ponían a beber a sus cansadas mulas. En sus tranquilas aguas abundaba la sardina, la anguila, la guabina, enpollaban los gallitos de agua, nadaban en las tardes los patos silvestres y pernoctaban las garzas blancas y paletas en sus garceros. Hoy en su lugar se forjó un pequeño poblado.  

Por la salida de La Villa vía Cagua los pozos "El Caño", la "Quebrada de Guayabal", convertida hoy en aguas negras y nauseabundas, y de la misma parentela le sigue el cañaote  "La Chapellinera", bajo la sombra de amables árboles que muchas veces usábamos como trampolín. Ni los trinos se oyen ahora por estos linderos viejos. 

El río "Las Minas", corría libremente en invierno y verano, y ahora solo corre cuando son muy fuertes las precipitaciones en su cabecera. En verano su cauce se convierte en montículos de arena y granzón. 

Evoco a "Los Tanques", porque en medio de un bosque de cujíes, existía una laguna natural, allí iban a realizar su faena y echar cuentos las lavanderas, mientras que en sus aguas nos bañábamos los muchachos de entonces. Hoy es una  zona poblada y encementada. 

Por la cercanía de San Francisco de Asís o Garabato, había una chorrera de abundantes aguas cristalinas que se deslizaban por un elevado tobogán de piedras azules, bautizado  "La Ceniza". Algo así como un "Tobogán de la Selva" amazónica en miniatura. 
Me echan el cuento que ahora sus aguas se fueron como evaporando porque le falló la  protección  forestal a su territorio. 

En pleno centro, la vieja sabana, su laguna y "Los Cerritos", desaparecidos, quedaron solo dibujados  en la pluma de poetas, sus auténticos defensores. Allí están sus atardeceres retratados en la poesía de  J M Morgado, Vinicio Jaén Landa y Aníbal Paradisi.  

Toda esa maravilla de parajes que nos brindó a los villacuranos la madre naturaleza, que estuvieron ayer, que ya no están, porque los hombres los abandonaron, o los depredaron...  Cuando fuimos zagaletones nos hicieron saltar de alegría, por eso su lamentable extinción no deja de causarnos tristeza, nostalgia y dolor. 

Verdad, amable lector que Dios provee, quien  quita y quien destruye es el hombre. 
La Villa, abril 2015.

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