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jueves, 19 de diciembre de 2013

MENSAJE DE MANUEL CABESA PARA LOS AMIGOS Y PUBLICO EN GENERAL


Texto de Manuel Cabesa
Foto de Yadira Pérez

I
En estos días de la navidad me he puesto a pensar en los amigos que por distintas circunstancias no he visto en mucho tiempo, en los que se han ido y, obviamente, en aquellos que se encuentran más cercanos. Si algo me ha regalado la vida es tener una gran cantidad de amigos con los cuales he compartido en distintas épocas, como en el poema de Horacio Salas: “Me desbordo de amigos casi siempre: / ya tengo tantos que nunca alcanza el tiempo / a descifrar sus nombres.”
En el prólogo de La máxima felicidad, Isaac Chocrón hablaba de dos tipos de familia: una heredada y otra escogida; en la primera aparecen nuestros padres, hermanos, tíos, primos y demás fauna. En la otra se sitúan los amigos y esas personas con quienes decidimos compartir el pan de cada día. “Aunque en ambos núcleos está presente el amor –escribe el dramaturgo- , en el primero el sentimiento es automático y a veces obligatorio, mientras que el amor no consanguíneo da sin necesariamente recibir nada a cambio y debe mantenerse tan prensado como una cuerda floja, porque si se pierde la tensión desaparece el equilibrio. En otras palabras, la relación con la familia heredada es inevitable y natural; la relación que uno escoge es revocable y llena de tensiones.”
A lo largo del tiempo vamos juntando amigos y ellos forman parte de esa familia que uno elige. La amistad es un sentimiento profundo y complejo, por eso a veces resulta incómodo escuchar a alguien que apenas ha cruzado un par de palabras con un fulano, ya quiere vendérselo a uno como un “amigo”. Es conveniente saber que no toda persona que te ofrece un cigarrillo, o que nos saluda cuando estamos esperando el bus, puede ser considerada un amigo (aunque entiendo que hay amistades que nacen a primera vista como algunos amores). Decir amigo, es decir responsabilidades.
Muchos de ustedes recuerdan la escena entre el zorro y el Principito, donde el animal le pide al niño que lo domestique; el Principito que desconoce el significado de la palabra domesticar le pide al zorro que le explique qué es eso, entonces el zorro (que por eso era zorro) le contesta que es “crear lazos”, e insiste en que lo domestique:
“-Quisiera hacerlo –respondió el Principito-; pero no dispongo de tiempo. Además he de buscarme amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen bien aquellas cosas que se domestican –dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo para conocer a las personas y las cosas; compran las cosas a los comerciantes, pero como no existe ningún comerciante de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si tú quieres tener un amigo domestícame.”
La amistad se funda en coincidencias. Somos amigos de aquellos que como nosotros buscan crear un tejido de relaciones donde sobran los intereses y donde la palabra compartir aparece constantemente: “y ayer y siempre lo tuyo nuestro, y lo mío de los dos” dice una canción de Serrat.
Ahora bien, el Tiempo, ese destructor implacable, muchas veces nos separa de los amigos y a veces estas separaciones suelen ser definitivas y dolorosas. Sin embargo, llega la navidad y con ella el recuerdo de los amigos más queridos. Esto es lo importante: los verdaderos amigos, aunque ausentes, permanecen allí junto a nosotros, pues como dice Juan Salvador Gaviota: “Si nuestra amistad depende de cosas como el tiempo y el espacio, habremos destruido nuestra propia hermandad. Pero supera el tiempo y nos quedará un Ahora. Supera el espacio y nos quedará un Aquí. Y entre el Aquí y el Ahora, ¿no crees que podremos vernos un par de veces?” 

II
Lo que acabáis de leer lo escribí en 1997 y se publicó el 21 de diciembre de ese año en la columna que publicaba entonces: “El fantasma del ocio”. Me parece que todavía sirve ya que muchos de los amigos de aquellos días aún permanecen activos, y aunque algunos lamentablemente han partido, son muchos más los que han aparecido para enriquecer mi vida y la de otros (no se crean) con quienes nos interconectamos. Así que sirva este añejado artículo como postal navideña (sobre todo tomando en cuenta que hace varios días que no nos vemos) y como una forma de agradecerles a todos su amistad y su paciencia. También adjunto un viejo cuento escrito en 2002 como un pequeño regalo para ustedes en estos días. Feliz navidad y próspero año, en enero espero que nos veamos para celebrar la llegada de Los Reyes.
9 / 12 / 2013.


UN REGALO PARA NAVIDAD
Por Manuel Cabesa

Ese año, como sacamos buenas notas en la escuela, mis papás decidieron que de vacaciones nos llevarían a Margarita. Mamá quería aprovechar el viaje para comprarse ropa, mientras papá tenía la intención de averiguar el precio del whisky que tomaba, según él, y que para la tensión.
-Y ustedes –nos dijo a mi hermana y a mí- pueden ir mirando el regalo que quieren para navidad.
De casa de mis tíos en Barcelona salimos a Puerto La Cruz para tomar el ferry, y en pocas horas llegamos a Punta de Piedras, y de allí tomamos un taxi hasta Porlamar. Papá decidió que sería un viaje rápido: estaríamos en la isla solamente un día, así que teníamos que aprovechar el tiempo lo mejor posible. Para lograrlo nos dividimos para luego encontrarnos en un sitio determinado. Mi hermana y mamá se fueron a comprar ropa, mientras yo me fui con papá quien me dejó frente a una juguetería gigantesca en la 4 de Mayo. 
-Entra y mira un rato –me dijo- te vengo a buscar como en una hora. Aprovecha para averiguar cuánto cuesta el Batimóvil a control remoto para comprarlo en diciembre. 
De lo más contento entré y luego de inspeccionar varios estantes me detuve a examinar un juego de espías como los de Mr. Solo, que incluía un transmisor con forma de reloj, esposas, el carnet de CIPOL y una pistola Luger que parecía de verdad. De pronto a mi lado tenía otro niño que miraba el estuche con una expresión algo extraña. Era moreno, pero su piel parecía brillante, así que supuse que se había echado demasiado aceite Mennen para el sol. Tenía el pelo ensortijado y miraba la Luger con cierta severidad.
-¿Qué pasó? –pregunté- ¿No te gusta?
-Supieras que no –contestó.
-Pues a mí sí, es más estoy pensando que en vez de un Mc-5 como el de Meteoro le voy a pedir al niño Jesús uno de éstos.
-Parece que no basta con que la gente se mate de verdad para que encima tengan que hacer juguetes como éste.
-Pues a mí me parece chévere cambur.
-¿Tú crees que estos peroles son más divertidos que jugar trompo o volar papagayo?
-Yo nunca he volado un papagayo.
-¡Mira que no te creo!
-Pues es la verdad. Por cierto, ¿cómo te llamas?
-Jesús.
-¿Ah sí? Como el niño Jesús.
-Sí, y mi mamá se llama María y mi papá, José.
-¡Cónchale, vale! ¿No me estás mamando gallo?
En ese momento llegó un señor de liqui liqui y sombrero pelo de guama acompañado de una señora muy bonita que llevaba una ruana andina. Lo de la ruana me pareció sorprendente porque en aquel calorón la señora se veía muy tranquila cubierta con ella.
-Mira ellos son mis padres –dijo Jesús.
Ambos me saludaron afectuosamente y de verdad dijeron que se llamaban María y José. En eso también llegó mi papá que traía en las manos un estuche de Black & White de la famosa Casa Buchannan.
-¿Ya viste algo que te interesara? –me preguntó.
-Mire, señor –intervino Jesús- ¿es verdad que usted no le ha enseñado a su hijo a volar un papagayo?
-La verdad que no –respondió mi papá-. Es que ni siquiera sé cómo se hacen, además como este niño se la pasa pegado a la televisión viendo Jonny Quest y Los Picapiedra tiene muy poco tiempo para andar volando papagayos.
-Pues eso es muy malo –dijo el señor José-. Mire, a los niños hay que enseñarlos a realizar sus juguetes para que aprendan a divertirse de verdad. Yo a Jesús le he mostrado el valor de una buena partida de metras, a jugar perinola y la ensarta con una rapidez sorprendente.
-Lo que pasa es que a los niños de ahora no le interesa ese tipo de cosas –dijo papá.
-No se crea, mire cuando vaya a los andes de paseo acérquese a Ejido, cerca de quince kilómetros antes de llegar al pueblo hay un camino de tierra al lado derecho de la carretera; baje por ahí, a unos dos kilómetros tengo una casita donde hacemos todo tipo de juguetes en madera y otros materiales que la misma naturaleza nos ofrece, esos son los juguetes que Jesús reparte la noche del 24 a la mayoría de los niños que en los campos no pueden comprarse este tipo de aparatos y le aseguro que se divierten como usted no se imagina.
-¡O sea, que usted es San José y el muchachito es el niño Jesús! –dijo papá con una cara de sorpresa increíble.
-Más o menos –dijo la señora María, riendo con alegría.
-La invitación va en serio –dijo el señor José estrechando la mano de papá a manera de despedida-. Cuando quiera lo esperamos a usted y a su familia por allá.
Cuando encontramos a mamá y a mi hermana, a la hora del almuerzo, papá les contó nuestro encuentro con el niño Jesús, pero ellas no le creyeron:
-Seguro te estaban tomando el pelo.
-A lo mejor –dijo papá-, pero por si acaso en cuanto podamos nos damos un paseíto por Mérida.
Como lo prometió, y aprovechando el puente del 12 de octubre, papá nos llevó a pasar el fin de semana en los andes. Mucho antes de llegar a Ejido comenzó a manejar bien despacio para ver si encontrábamos el camino que el señor José nos indicó y después de rodar como media hora lo conseguimos. Era en verdad de tierra y bastante estrecho, casi no cabía la camioneta. Al final de una ladera y frente a un hermoso paisaje estaba la casa hecha con paredes de barro y el techo de tejas y caña brava.
Cuando salimos de la camioneta, Jesús salió a recibirnos y nos llevó donde estaba su papá trabajando en un caballito de madera; esta vez el señor José no tenía el sombrero pelo de guama sino uno de cogollo.
-¡Mira papá! –gritaba Jesús lleno de alegría- ¡Mira quienes llegaron!
El señor José recibió a papá y a mamá con un abrazo y la señora María les trajo café y a nosotros nos dio un vaso de chicha bien espesa y dulcita.
-Vengan para acá –dijo el señor José-, aquí en la empalizada tengo los juguetes que Jesús va a repartir este año.
Cuando entramos no pude reprimir un grito de alegría: aquel sitio era más maravilloso que la juguetería que vi en Margarita, allí había carritos, perinolas, trompos, gurrufíos, metras, muñecas de trapo, carruseles de madera y muchos, muchos papagayos.
Jesús tomó uno de siete colores y lo puso en mis manos:
-Vente –me dijo-, te voy a enseñar a volar un papagayo.
Salimos otra vez y Jesús me dijo cómo elevarlo:
-¡Dale pabilo, dale pabilo! –gritaba riéndose como loco.
Y en unos minutos se elevó, y en el viento que venía de las montañas el papagayo parecía un pedacito de arco iris flotando en el aire.
Pero como ninguna alegría es completa, imprevistamente suena el reloj despertador. Me despierto de mala gana y ya no soy un niño como en el sueño sino todo un hombre, casado y con hijos, que debe salir temprano a trabajar si quiero que me paguen los aguinaldos completos este diciembre. Me levanto muy despacio y con mucha flojera, y mi sorpresa es máxima cuando veo sobre la mesa de noche el papagayo con los siete colores del arco iris y a su lado una pequeña nota que dice:
Feliz navidad te desea tu amigo, el niño Jesús

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