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PEQUEÑAS DISTRACCIONES

PEQUEÑAS DISTRACCIONES
(Narrativa para leer mientras espera)


María Teresa Fuenmayor  T.


ÍNDICE

1……………………….. .EL MUSEO DE LA TRADICIÒN
2………………………… LA PEQUEÑA MUERTE DE AMANDA
3………………………….CUATRO  MESES DE RETRASO
4………………. ………..MARÍA EUGENIA Y EL PÁJARO QUE NO ENTRÒ
5…………………………AL PIANO
6…………………………EL TIEMPO, ESE TIRANO
7…………………………OTRO CUENTO DE NAVIDAD
8…………………………EL PAYASO
9……………….. …….....LA CUADRATURA DEL CÍRCULO
10…………………….. ..TOMASITA
11………………. ………ARSÉNICO
12…………………… …. DELIRIUM TREMENS
13……………….. ….......MARAÑA
14……………….. ….......UN TALLER PARA MARÍA MOÑITOS
15………………………. LAS HISTORIAS DE DOÑA EVENCIA
16………………………..UN DÍA NORMAL
17......................................CAPÍTULO FINAL


PRÓLOGO

     
      La espera…fastidia, aburre y hace el tiempo lento.  Sea la espera a ser atendido en una oficina o consultorio, o la espera a llegar algún sitio mientras estamos en el medio de transporte que nos conduce a él o cualquier otra espera.
      Para llenar ese tiempo de espera nace Pequeñas Distracciones con una propuesta de dieciséis relatos breves –brevísimos- que tienen la intención de entretener unos, enseñar otros y llamar a la reflexión aún otros más.
     Espero que su brevedad anime a los que no son empedernidos lectores a pasearse por sus páginas en forma ordenada o al azar, y a los que gusta la lectura…que esa afición de siempre encuentre respuesta satisfactoria en las páginas de este libro que recopila escritos de hace mucho tiempo que he tenido la oportunidad de publicar en sitios web como www.mundopoesia.com, www.sociedadsecretadelhaijin.ning.com, www.proyectoexpresiones.ning.com, www.compartiendomisletras.blogspot.com y otros, pero siempre con el deseo presente en todo escritor y escritora: que fueran impresos en papel para poder ser llevados así a cualquier sala de espera.
    Sin más preámbulo, dejo en sus manos  con mucho cariño estas Pequeñas Distracciones esperando que cumplan su cometido: distraer, entretener y hacer pasar un rato ameno.




 

María Teresa Fuenmayor Tovar







EL MUSEO DE LA TRADICIÓN
     

           El día que el escritor Juan Francisco Lara nos asignó como actividad en el Taller de Literatura el recorrer el Museo de la Tradición Inocencio Utrera en Villa de Cura, estado Aragua, Venezuela y escribir algo acerca del mismo, no lo hice con mis compañeros.  Ese día justamente tuve qué retirarme a mitad del taller, así que regresé en otra oportunidad  sola, para hacer la visita por mi cuenta.
        Entré al Museo con la intención de observar los objetos que en él se encuentran, evaluarlos, imaginar su participación quieta en historias de antaño. Salí con la impresión de haber sido observada, evaluada, de que cada  objeto había  tratado -desde su conocimiento experimental de decenas o cientos de años- de imaginar mi historia.
        Salí y  dejé esos objetos antiguos allí...bueno, al principio, fue eso lo que creí...pero...se vinieron conmigo, ellos y quienes los usaban.
        Mi familia se preocupa. En nuestro pequeño apartamentito los sonidos retumban.  Se nos hace difícil dormir cuando a las tres y media de la mañana comienza a escucharse el ruido acompasado y rítmico del pilón de maíz. No cesará hasta  las cinco a.m. más o menos.
      Me levanto a hacer el desayuno en la tosti-arepa, sobre la cocina eléctrica, normal...
     Entonces escucho desde la sala la voz de Albertico Limonta, oigo que al fin se sabrá el secreto...la urgencia me lleva con rapidez...a encontrarme frente a un televisor donde Ben 10 se las arregla para salir ileso de sus luchas contra alienígenas.
     Quise ir a un sicólogo que me ayudara a controlar mi imaginación, pero me dio vergüenza entrar en su consultorio, sobre todo después que le vi descender con tanta elegancia de su coche y dar una palmada cariñosa a cada uno de los caballos que tiraban de él.
    En mi casa vive el ayer, se las arregla para coexistir con el hoy, pero esta coexistencia pacífica entre ellos me está volviendo loca...sólo tenemos dos habitaciones...me preocupa pensar dónde acomodar a tanta gente...y que se sientan bien, claro.

       El pintor es sencillo, ya colgó su chinchorro en el balcón y se pasa los días plasmando colores en el lienzo.  Sólo de vez en cuando cruza por la cocina para ir a lavarse las manos en el baño.
      La más difícil de complacer es la partera.  Nunca sé si se las arreglará sola o si exigirá mi ayuda inmediata. Cuando esto sucede debo dejar lo que esté haciendo y correr a seguir sus instrucciones rápidas y urgentes.
       La chica que me ayuda a limpiar todo después de cada parto es silenciosa, tiene una linda sonrisa en  su tez morena, aunque sus ojos son tristes, tan tristes como  las marcas de maltrato y las huellas que han dejado las cadenas en sus tobillos.
       Al final de la tarde, cuando el caer del día hace que cada uno se recoja en el espacio asignado por mí o tomado por ellos mismos, nos sentamos en la cocinita a tomar café.
       Ella no alza los ojos de la taza y me cuesta mucho -tarde tras tarde- hacerle entender que no debe quedarse de pie a mi lado sino sentarse junto a mí  a merendar.
           A veces le pregunto cosas acerca de su pueblo al que nunca regresó o de su familia a la que nunca volvió a ver...pero su idioma hermoso pero distinto, mezclado con sólo algunas palabras del que dejaron los colonizadores, no me es comprensible.
         Hoy, apenas termine de hacer este escrito para entregarlo mañana en el Taller de Literatura,  me acostaré tempranísimo. Trataré de dormir mucho antes que me despierte nuevamente el ruido del pilón de maíz...a las tres de la madrugada.



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LA PEQUEÑA MUERTE DE AMANDA



Por: María Teresa Fuenmayor

             Amanda pasaba hambre. Ultimamente la comida escaseaba. Frank traía lo poco que podía comprar con lo poquísimo que le pagaban y ella, después de compartir los alimentos entre Frank, la vianda que se llevaría al trabajo, la abuela, el niño y el perro, se encontraba con unas sobras escasísimas que no alcanzaban a llenar ni la mitad de su estómago. Esto sucedía en el almuerzo. Quedaba algo de comida para cocinar aún, pero si la preparaba para ella no tendría qué repartir a la hora de la cena. 

        De pasar tanto tiempo entre comestibles y aliños estos aromas se habían adherido de tal manera a su piel que a su paso dejaba una estela olfativa mezcla de eneldo y canela.  Por largo que fuese el baño, por mucho que se friccionase la piel, cualquier fragancia era anulada por aquella mezcla aromática que despedía al transpirar.

          Un día, en un mercado alejado de su casa al que había llegado atraída por tentadoras ofertas, mientras comparaba calidades entre los vegetales, su cuerpo desfallecido se deslizó al suelo. Ella no lo notó. Volvió a casa sin percatarse del cuerpo físico que dejaba atrás. En la morgue esperaron que alguien se presentase a tratar de reconocer el cadáver pero al pasar los días reglamentarios se le dio la sepultura debida.  El guardián del cementerio, al día siguiente, notó con sorpresa como en solo una noche en la tumba nueva había crecido una planta de eneldo.

Los familiares de Amanda, no se dieron cuenta de que había muerto, ella tampoco. Volátil, transparente, continuaba pegada a la cocina uniendo los quehaceres del desayuno y el almuerzo con los de la merienda y la cena.

        Lo único que extrañó, y alegró, a Amanda,  fue darse cuenta  que ahora no necesitaba comer. Se le hacía más fácil entonces compartir los alimentos  entre todos. Si la hubiesen mirado, su ser etéreo, ausente de corporeidad, les habría hecho darse cuenta de que estaba muerta. Pero sólo la veían para reclamarle cuando a la comida le faltaba azúcar o le sobraba sal y hacía ya mucho tiempo que sazonaba todo con exactitud.

Al pasar el tiempo falleció la abuela, largos años después el esposo 
 siendo ambos  reglamentariamente llorados y enterrados. El hijo se fue a Europa de donde nunca volvió.

 Décadas luego, un biznieto de Amanda, quiso conocer la tierra originaria de su familia.  Llegó al poblado, ubicó la antigua residencia ahora en ruinas.
Entró, recorrió sus largos pasillos vacíos llenos de polvo y telarañas. En el área de la cocina se sentía ruido. Se dirigió hacia allí y entonces la vio: afanada como siempre, iba de una a otra pared, donde en su tiempo hubo armarios con utensilios de cocina y de tanto en tanto entraba a lo que una vez fue la despensa.

Amanda alzó la vista y lo distinguió entre la semipenumbra de la tarde que ya se iba.  Se le acercó y, amablemente le dijo con sonrisa cansada:
-Debe ser usted amigo de Frank. Él tarda en llegar del trabajo… ¿Desea una taza de té?

Él, mirando a su bisabuela a los ojos, negó con la cabeza, se dirigió a la pared de mampostería del fondo y la atravesó yendo hacia la luz que
al fin había aparecido en frente suyo.






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CUATRO  MESES DE RETRASO

                   El ardor se había ido junto con los años, la alegría, los amigos de entonces y el dulce y bullicioso hogar materno. Sus pisadas sonaban a humedad, en el chapotear involuntario sobre el pavimento de esas calles de un país extraño donde se viera obligado a pedir refugio.
                      El régimen había caído, su nación se iba recuperando poco a poco, restañando heridas antiguas. Muchos de sus amigos habían regresado a la patria, otro habían muerto y algunos más, como él mismo, seguían desterrados, viviendo un olvido voluntario, sin voluntad ni fuerzas para regresar, sin ánimo ni entusiasmo para quedarse.
                      Los políticos - esos seres extraños - hacían compromisos, pactos y los rompían con tanta facilidad que serían casi admirables de no ser porque en ese cambio de las reglas de juego se llevaban por delante más vidas humanas de las que contabilizaban.
                     Sus dedos tantearon nuevamente el paquetito que permanecía en uno de los grandes bolsillos del pesado abrigo. Increíble que en esta era tecnológica alguien aún utilizara el correo ordinario para enviar noticias. Noticias que llegaban con cuatro meses de atraso. Pudiendo comunicarse vía email, con web cam y demás.
                      Cerró la vieja puerta tras sí, se quitó la ropa y el calzado, todo húmedo y brumoso como el eterno invierno en que vivía desde hace...¿Cuánto? ¡Ya hasta la cuenta había perdido!  Un rápido baño, y empijamado y empantuflado se sentó en el sillón -lanzando al suelo primero el montón de periódicos del domingo con la mitad de las hojas leídas y la otra mitad aún por revisar, subrayar, recortar y clasificar -.
                      Observó cuidadosamente y por enésima vez las estampillas. Luego, con mucho menos cuidado abrió el sobre y comenzó a leer.
                      Las noticias le llegaban con cuatro meses de retraso...las lágrimas corrían por sus mejillas con cuatro meses de retraso y su corazón dio un vuelco con cuatro meses de retraso...
                      Al día siguiente ya tenía el boleto en mano, todo empacado y dispuesto y cuando abordó el avión le pareció que dejaba en este país brumoso, tan distinto al soleado y brillante en que naciera y se criara, le pareció que dejaba, digo, toda la nostalgia, toda la pesadumbre y toda la tristeza del mundo.
                     Y en la medida que el aeroplano despegaba y se estabilizaba, su ánimo también se elevaba y cerrando los ojos, sonrió mientras  la alegría y la esperanza confortaban su hasta entonces corroído corazón. Y su mano derecha no dejaba de acariciar el sobre que le trajera las buenas noticias, las mejores noticias...el prometer de la esperanza... con cuatro meses de retraso.




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MARÍA EUGENIA Y EL PÁJARO QUE NO ENTRÓ


               María Eugenia se angustió cuando en Por qué Volar al Sur vio que Maura decía su parlamento y se quedaba a la espera del pájaro azul que tenía que entrar por la esquina izquierda del escenario.
               Maura, a pesar de ser casi una aficionada en las tablas, se las arregló para alargar un poco la escena a sabiendas de que el público, por no haber estado presente en los ensayos y por tratarse de una obra de estreno, aún tardaría un poco en notar que algo pasaba.
              María Eugenia corrió tras bastidores y encontró el vestuario de Alexis abandonado de cualquier manera sobre una silla. No lo pensó dos veces: se lo puso y entró en escena.
            Autora al fin y al cabo de la obra, dio lo mejor de sí y supo transmitir tanto sentimiento que el público terminó de pie ovacionando la obra, el vestuario, los intérpretes y sobre todo la actuación magistral de María Eugenia.
          Al día siguiente comenzaría la gira por todo el país, y con ella su consagración como Dramaturga y Directora con La Pequeña Compañía de Teatro.
           Al término, dejó encargada de todo a Sayuri, su asistente japonesa, eficiente y responsable como pocas y se dirigió, furiosa, a casa de Alexis ¿Qué se creería? ¿La versión masculina de una Prima Donna?   Si pensaba que era imprescindible…
         Subió las modestas escaleras que llevaban al altillo donde vivía el bohemio, entró sin llamar –Alexis mantenía siempre la puerta abierta- con mil reproches que murieron antes de salir de su boca. Un solo vistazo a la escena se lo explicó todo.
        Alexis alzó la mirada, y acuclillado, sin moverse casi, le hizo señas de que guardara silencio…
       Una hora después bajaba las escaleras reconciliada con la vida, serena, admirando a ese niño grandote que era Alexis y a la simpleza de su corazón…capaz de cambiar un momento de gloria por el momento glorioso de ayudar a una gata callejera a dar a luz.


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AL PIANO

                        Sentada al piano, de sus dedos brotaban ágiles, dulces, embriagadoras, las notas de un Nocturno de Chopin. Se detuvo de pronto, un suspiro largo y profundo salió de su pecho.  

                       Miró al frente, hacia los altos ventanales y más allá, como si quisiera captar la noche con una mirada.

                       Se encaminó al jardín con su característica y grácil forma de andar. Siguió el camino que la conduciría hasta la puerta principal, pero se detuvo antes de llegar a ella. Quedose allí, quieta, dejando que la brisa -que no sentía- formara ondas en el níveo ropaje de tenue muselina.

                      Otro suspiro y una mirada al cielo...se devolvió antes de llegar a la puerta, consciente que no podía traspasarla aunque quisiera...¡Lo había intentado tantas veces! En lugar de ello, dirigió sus pasos ahora tras la vieja casona. Allí, junto a un montículo había una lápida. Frescas azucenas la cubrían casi por completo...apenas se podía distinguir entre los pétalos, grabado en piedra, su propio  nombre.




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EL TIEMPO, ESE TIRANO

-Quisiera que el tiempo se detuviera para no tener qué separarme más de ti.
            Por primera vez ese sentimiento de angustia y rebeldía ante el destino se convirtió en palabras formuladas al oído del hombre suyo que era a su vez el hombre ajeno. Como todos  los sábados se habían encontrado en un discreto motel y ahora regresaban en Metro cada uno a su hogar, cada uno a su responsabilidad, cada uno a su vida.
            -Estación Caño Amarillo.
           Los dedos del hombre se internaron en su cabello en una caricia suave, simple, triste.
          Se sobresaltó  un poco y luego sonrío ante el error del conductor anunciando una estación  que ya había quedado atrás. Iban llegando a Capitolio, el sitio donde cada quien retomaría  su propia vida hasta el siguiente sábado a la misma hora en el mismo motel. Las puertas se  abrieron y vio con estupor, en un vívido deja vú la estación casi siempre solitaria de Caño Amarillo. Miró a Gerson con extrañeza y él le devolvió una mirada tranquila, serena, nimbada sin embargo, de ese halo de nostalgia y tristeza que le caracterizaba todos los sábados a esa hora en esa misma estación.
          Con cautela preguntó:
-¿Cuál es la próxima parada?
         Gerson sonrió ¡Siempre tan despistada!
 - Capitolio.
         Los dedos del hombre se internaron en su cabello en una caricia suave, simple, triste. El tren arrancó  y atrás dejaron –ahora sí- Caño Amarillo. Recostó su cabeza en el hombro de Gerson,  sintiendo su calor y disfrutando su olor.
        -Estación Caño Amarillo.
        Los dedos de Gerson se internaban en su cabello en una caricia suave,  simple, triste.
       Ya no podía ser distracción, ya no podía ser confusión…pequeñas gotitas de sudor  perlaron su frente mientras un escalofrío recorría su columna vertebral.
       Miró su reloj que continuaba marcando las 5:35 p.m. desde…no sabía cuando. Tres  minutos después las palabras
– Estación Caño Amarillo precedieron a la apertura de puertas del tren mientras los dedos de Gerson se internaban en su cabello en una caricia suave, simple, triste. El tren arrancó.


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OTRO CUENTO DE NAVIDAD
(Basada -un poco maquillada-en hechos de la vida real)

                 Aléxida llegó feliz a casa de su abuela. ¡Navidad! ¡La ocasión más alegre para encontrarse con toda la familia! (Las otras ocasiones grandes ocurrían cuando alguien fallecía…pero era todo tan aburrido…)
        Nada más entrar, una mezcla de olores agradables llegó a su nariz: hallacas, pan de jamón, ponche crema, dulce de lechosa, ropa nueva…
   Entró corriendo y se lanzó en brazos de Mamagrande (Su mamá la había acostumbrado a llamar así a Doña Gume -su nombre era Gumersinda-  en lugar de utilizar el común abuela para que no la pusiera vieja)
       Eran siempre los primeros en llegar (una semana antes), por eso participaban en todos los preparativos: la elaboración de las hallacas (Le encantaba ayudar a colocarle los adornos y comerse a escondidas unas cuantas pasas en los momentos de descuido de los adultos), acompañar a las tías a realizar las compras de última hora, el ensayo de villancicos y aguinaldos con su tío Ernesto…  Este llegaba, cuatro en mano, y organizaba el ensayo. Todas las noches de 7 a 9 ¡Adiós televisión!…Todos en la sala reunidos a ensayar aguinaldos y villancicos tradicionales amén de los nuevos cantos que agregaba el tío -músico autodidacta y compositor- de su propia cosecha.
     Tres sonajas hechas con chapas de refrescos , un cuatro y un tambor improvisado con una lata de leche, más la alegría de cada uno eran suficientes para formar la parranda . La tía Alicia se encargaba de ir haciendo la lista, organizando así el orden en que se cantarían los villancicos  el 24 de Diciembre. Porque esa noche, a las 12 en punto, reunidos todos alrededor del pesebre grandísimo cantaban con gran alegría el Nacimiento del Niño Dios.
                Entre las imágenes de María y José, el pesebre que había pasado todo el mes de diciembre vacío, cubierto apenas con un pañuelito blanco era ahora ¡Al fin! soporte para la hermosa imagen del Niño Dios, con ojitos de vidrio, importada de España, una preciosidad.
                Y ese momento de algarabía era, justamente, el que aprovechaba el Niño Jesús para pasar por el cuarto de la abuela y dejar sobre su cama los juguetes para todos los niños presentes.
               Cuando concluía el canto del último aguinaldo de la lista todos se apresuraban a ir al cuarto de la abuela. Los pequeños a buscar sus juguetes, los grandes a indicarles cuales les correspondían.
                Porque el Niño Jesús jamás dejaba una nota con el nombre del propietario del juguete en cuestión (Claro, era tan chiquito que no sabía escribir) pero los adultos sabían (¿Cómo? ¡Misterio!) lo que correspondía a cada cual.
                Este año la sensación fue la muñeca grandísima que el Niño trajo a su prima Brigitte. No sólo era enorme (Le llegaba hasta la cintura) sino que ¡Tenía cabello! Una verdadera melena rubia que le pasaba de los hombros.
               Aléxida la miraba extasiada a la vez que observaba a Brigitte con admiración…¡Su prima tenía qué haberse portado super bien todo el año! Aléxida que no era traviesa y más bien tenía fama de tranquila y juiciosa, había recibido del Niño una muñeca pequeña, poco más grande que su mano. Aunque era linda y además abría y cerraba los ojos dependiendo que estuviera de pie o acostada y le gustó mucho, sin embargo, pronto la dejó olvidada sobre el sofá. Mientras los adultos bailaban ella y Brigitte jugaron con la muñeca grande. El resto de sus primos eran varones, así que andaban persiguiéndose, organizando carreras con los carros a control remoto recién estrenados o lanzando fuegos artificiales desde la platabanda de la casa mientras ella y Brigitte peinaban sin cesar a la muñeca o le cambiaban el vestido por otro que había traido de repuesto.
                Su prima no solo le permitía jugar con ella, sino que le dijo que sería la madrina y podría ponerle nombre.
                Jugaron hasta que el sueño contenido pudo más que sus deseos de continuar y se quedaron dormidas plácidamente abrazadas ambas a Beba, como había decidido Aléxida que se llamaría la muñeca de Brigitte.





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EL PAYASO

            No era un payaso feliz -como los de las canciones infantiles- pero tampoco era un payaso triste - como los de las canciones para adultos-. Era simplemente un payaso de la vida real. Y por ser tan real, su vida estaba llena de claroscuros, de alegrías y tristezas que se sucedían unas tras otras.
            Hoy esperaba en el andén del metro a que llegara el siguiente tren.
           Se sentía un poco cansado y por ello en lugar de situarse - como la gran mayoría - justo detrás de la franja amarilla para asegurarse un puesto en el vagón, permanecía con la espalda apoyada en la pared.
           Llevaba gafas muy oscuras que ocultaban sus ojos. No sé por qué llevaba unos anteojos tan oscuros, pero los llevaba sin importarle que yo no supiera por qué. Total, él era el protagonista de la historia y yo, simplemente, la escritora que trataba de sacar un buen relato .
           Giró un poco la cabeza hacia donde yo estaba y una sonrisa se dibujó apenas en sus labios.
           La criatura frente al creador. o el creado frente a la creadora...¡Epa, yo no lo había creado! Él era real ¿Recuerdan? Lo que tenía qué crear era la historia.
          Era un payaso...pero no estaba vestido de payaso ni mucho menos. Vestía normalmente. Pero era un payaso y  yo lo sabía y él no ignoraba que yo lo sabía. Llegó el tren y entre los apretujones logró abordarlo. Hubo muchos forcejeos en ese momento entre los que pugnaban por salir y los que luchaban por entrar. Todo amenizado por la voz del altoparlante con el rutinario  Dejar salir es entrar antes  al que nadie hacía caso en Caracas, menos en la Estación Capitolio y para colmo en plena hora pico – aunque ahora que recuerdo, en Capitolio ultimamente todas las horas eran horas pico-.
        Yo no logré subir -el payaso sí-. No pude seguirlo, ni observarlo, ni entrevistarlo. De hecho, ni siquiera logré abordar el tren. El Metro partió con mi payaso y con mi historia inconclusa y opté por salir de la estación y tomar el bus a casa.





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LA CUADRATURA DEL CÍRCULO


                         Helga...Helga...tenía algo de brújula...en el peor sentido de la palabra. No quería decirle hechicera porque le daría un halo enigmático que no merecía.


                        Bruja...bruja...brújula...y él permanecía pegado, asido, adherido a ella como si estuviese imantado.


                       Era de esas mujeres de huesos grandes y movimientos casi varoniles, emanando sin embargo una sensualidad que ponía nerviosos a todos los hombres que se le acercaban y en estado de alerta permanente a las mujeres que les acompañaban.


                      No era una beldad, por el contrario, tenía un rostro adusto, un bigote incipiente sobre el labio superior que se negaba a depilar diciendo que era su gancho. Piel blanca, con un tono perlado, y unas cejas gruesas que delimitaban y servían de marco a unos ojos - Negros como paraparas- reía ella misma con su voz de bajo profundo.


                    Sus ojos eran su única belleza. Pero verlos era caer en un abismo profundo, profundo, que hacía olvidar el entorno y envuelto en el cual sólo se podía sentir el vértigo de la posesión repentinamente deseada.


                    Y él  había caído en ese abismo, víctima de esos ojos que no se cerraban ni siquiera en el momento del clímax  en el cual las pupilas contraídas como dos puntitos casi invisibles parecían emitir destellos luminosos de chispeante color azul, dorado, malva...


                     Y era en ese momento y en el después, cuando ya la laxitud se apoderaba de cada músculo y de cada tendón, que le corrían por el cuerpo escalofríos de dicha y de miedo porque era cuando pensaba que esto no podía ser real y de serlo no podía durar. Entonces apretaba los dientes, y apoyada la cabeza con fuerza entre los dos turgentes y sudorosos pechos dejaba escapar un alarido de triunfo, ansia, deseo satisfecho y miedo a la vez...que era como la señal que Helga esperaba para comenzar otra vez los juegos preparatorios del siguiente round que lo dejaba esta vez sí, totalmente sin fuerzas y desmadejado sobre la cama revuelta, en cualquier extraña posición, mientras ella, sorbiendo algún jugo de fruta -era totalmente abstemia- le observaba con esos ojos increíbles y un gesto de burla en sus labios.





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TOMASITA



                Cuando Aléxida llegó con su familia a Varadero lo hizo destilando sudor por todos sus poros. El calor de Puerto Cabello era para ella algo nuevo. Seis años después de ese día seguía siendo para ella emocionante escuchar el silbido ronco de las sirenas de los barcos al atracar en el puerto.

              Varadero era un barrio nuevo. Un espacio ganado -¿O robado?- al mar.
              Simplemente habían dragado el puerto y tomado sedimentos del fondo. Acumulados en el lugar apropiado permitieron a la costa ser más ancha y pronto hubo una franja nueva de terreno, tentación irresistible para quienes –como su familia- buscaban tener –sin dinero- una casa propia.
             El suelo bajo sus pies era una mezcla de arena y conchas de caracoles -enteras, partidas o pulverizadas- siendo, sin embargo y contra toda lógica, terreno fértil.
           Allí se daba todo lo que se sembrara. En el patio trasero sembraron una mata de coco que crecía lenta pero a la vez notoriamente.  Junto a la cocina, una mata de ocumo con hojas enormes se había convertido en la admiración de los amigos –escasísimos- que los visitaban.
          Las paredes estaban -tapizadas- con papeles gruesos en colores vivos y satinados. Hojas que habían repartido en el barrio los vecinos que trabajaban en el muelle como caleteros. Con sus 30 x 40 cm se habían convertido en rudimentarios sustitutos del papel tapiz y unían lo ornamental a lo utilitario ya que además de servir de ornato tapaban perfectamente las ranuras que quedaban entre las tablas y con eso salía menos el sonido de las conversaciones.
       Le hubiera encantado que no sólo le llegara del muelle el olor del salitre y el sonido del silbato de los barcos. Le hubiera encantado asomarse a la puerta y ver el mar.
           Sin embargo, asomarse era ver un largo paredón blanco de lo que parecía ser una pensión o algo así y de donde con mucha frecuencia se escuchaba una voz femenina que gritaba: -Tomasitaaaaa…   y alargaba la “a” final de manera cantarina.
           A veces se asomaba y se sentaba en una sillita al lado de la puerta para escuchar el ya familiar - ¡Tomasitaaaaa! e imaginarse a Tomasita.  Por algún motivo la imaginaba pequeña, algo regordeta, de piel cobriza, ojos grandes, negros y brillantes y un cabello lacio, muy lacio.
           El nombre en sí mismo ya era atractivo. En su familia ni de chiste le hubieran puesto a una mujer por nombre Tomasa…porque Tomasa era nombre de mujer pero no de niña y mucho menos de bebé. Y como las mujeres nacían como bebés siempre se buscaba que los nombres fueran suaves: Alicia, María, Luisa…pero no Tomasa.
       A una niña no se le puede decir Tomasa. Quizá el nombre se lo había puesto el papá y la mamá se lo abreviaba con el ita final. Tal vez era por eso que al llamarla alargaba el ita de su creación, como para suavizar y feminizar aún más ese nombre fuerte.
-¡Tomasitaaaaaa!
      Nunca escuchó a alguien responder al llamado. Jamás sintió el sonido de la voz de Tomasita. Tampoco logró percibir de detrás de ese paredón blanco alguna otra voz, sonido, ni palabra.
     Cuando al pasar los años otros lugares, otros paisajes y otras personas llenaban su vida diaria y el recuerdo de Puerto Cabello se hacía cada vez más débil entre tantos detalles olvidados, la nostalgia por el sonido de los barcos al atracar y del nombre Tomasita rodeado del encanto que rodea sólo aquello que no llegamos a conocer, se convirtieron en iconos representativos del Puerto.
      Puerto Cabello era un sonido. O, mejor, era dos sonidos: el Tuuuuuuuuuuuuuu del silbato y el cantarino -¡Tomasitaaaaa….!
      La era tecnológica era ahora una tentación. Le provocaba difundir la historia por Twitter, Sonic, Facebook  y encontrarse de pronto con que una cara regordeta, de piel cobriza, ojos grandes, -negros y brillantes- y cabello lacio le dijera en el chat via web cam:
-Señora…¡Soy Tomasita!





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ARSÉNICO

               Seguía atacando la botella de ron, único recurso -estaba convencido- que tenía para mitigar sus penas. Quedaba aún otro...ese que no tenía marcha atrás...el del arsénico. Lo tenía en un frasquito escondido - a la vista. Estaba convencido que si dejaba algo a la vista era la mejor forma de esconderlo...nadie repararía en ello. Así que el frasco con el arsénico se llenaba de polvo en el centro de la mesa de la cocina, al lado de la fuente con frutas plásticas -espantosas- sucias también y el frasquito en cuestión no era tomado en cuenta en las requisas familiares que se implementaban bajo la etiqueta de -limpieza general- cada vez que él se ausentaba del minúsculo anexo en que vivía.
            Hacía mucho que había perdido la brújula de su vida, hacía años que no miraba hacia un norte...pero al menos -por ahora- no había perdido la razón.
           Al principio las intervenciones familiares en sus dominios le molestaban. Reclamó, vociferó, amenazó...para nada, no le hicieron caso...entonces cambió su forma de verlo y lo tomó como diversión...sabía que buscaban dinero...no para quedárselo...no para robarlo....más que todo para saber cuánto le quedaba, dónde lo guardaba, de dónde se sustentaba...
         El haber quedado discapacitado a los 21 años le había vuelto la vida de revés...su afición al alcohol -ya incipiente- se acentuó, al igual que el misterio de sus recursos...¿De dónde provenían?
       Su otra afición era...volver de cabeza a su familia...por ello lo que antes le molestaba era ahora su diversión: ausentarse por 2 ó 3 días, fingir que no notaba al regresar que habían registrado sus pertenencias...divertirse con sus expresiones perplejas al encontrar por acá y por allá los objetos más inverosímiles...escondidos donde él sabía que registrarían, mientras las cosas realmente importantes, por estar tan a la vista no eran notadas.
         Una vez dejó un tutú -esa falda de tejido vaporoso y transparente de las bailarinas de ballet- color rosa "escondido" en su closet. En otra ocasión, en el fondo de una gaveta encontraron una visa para Australia.
        Doce cajas de condones de esos que son fosforescentes y traen distintos olores y sabores dieron lugar a miles de conjeturas...!!!
       Un pasa-montañas de los que sólo dejan al descubierto los ojos en un clima como el suyo de calor perpetuo les preocupó...eran sus pequeñas revanchas.
      Sin embargo...había días en los cuales miraba el frasquito de arsénico como la puerta para salir de este embrollo- Lo detenía el hecho de no tener certeza acerca de cómo sería el embrollo del otro lado. Sólo por eso seguía ahogando sus penas en el ron y jugando al gato y al ratón con su familia.
     Ese día, cuando había pasado -hacía rato- el límite de tolerancia al ron, cuando en la botella quedaban apenas algunas gotas vio como su equipo de beisbol preferido perdía vergonzosamente contra su eterno rival.
     Su silla de ruedas chirrió al precipitarse a la cocina con velocidad desacostumbrada. Tomó el frasquito de arsénico y sin pensarlo más...se lo bebió TODO de un tirón.



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DELIRIUM TREMENS


              Rayaba ya el alba, el alba de su locura. Veía desaparecer los objetos concretos circundados ahora por los colores fantasmales de las sombras y formas desvaídas que como arcoíris móviles aparecían y desaparecían entre los estertores mentales del delirium tremens.
         Sus zapatos, sucios, polvorientos, con agujeros en mil lugares, se dirigieron  -con él dentro, por supuesto- hacia la escalera. Se detuvo antes de llegar, inspiró profundo y se devolvió...
-Sería casi un suicidio -pensó- intentarlo.
       De hecho -y deshecho- estaba consciente que no  lograría bajar tantos escalones, en el estado en que se encontraba, sin caer rodando. Prefirió arrellanarse nuevamente en el butacón y con mano temblorosa encender la radio, tratando de mantener contacto con el mundo real, con el mundo normal, al menos por este medio.
     A sus oídos llegó la voz del locutor transmitiendo las noticias de mediodía...así andaba el mundo normal: A las 12 explotó una bomba puesta por terroristas en una escuela de educación primaria. Muertos 200 niños y 27 docentes. Los otros se encuentran en grave estado de...
     Apagó la radio y se hundió en su delirium tremens.




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MARAÑA


              Esos no eran pensamientos...era una verdadera maraña lo que tenía en la mente. Mientras más pensaba...en lugar de encontrar la solución...hallaba nuevas facetas al problema y lo veía cada vez más lejos de poder ser solucionado. Tocaron a la puerta y le fue imposible disimular su expresión de descontento al abrirla y encontrarse con Paul. Ya había tenido bastante este día con todos sus líos internos para, además, tener que aguantarse los de este chiquillo grandote.
              Trató de saludarle con amabilidad pero...no pudo. Él se dio cuenta que era inoportuno y su habitual timidez se convirtió casi en desespero. Farfulló algo acerca de una sinopsis y Julie recordó apenada que ella misma lo había citado para ayudarle con esta tarea del liceo. Inventó un dolor de muelas y le hizo prometer que regresaría al día siguiente.
             Paul se alejó con su forma característica de caminar: casi pegado a la pared, con los hombros encogidos, y la cabeza gacha.
             Julie se volvió, dio un vistazo en derredor, tomó el paraguas y salió. Junto al granero vio recostado el látigo del Sr. Daniels, frunció el entrecejo y prefirió rodear el galpón ante la perspectiva de otro encuentro indeseable.
                  Subió la colina con algo de dificultad y ya arriba se sentó bajo la vieja encina, se quitó los zapatos, abrió los brazos. unió los dedos pulgar e índice de cada mano y trato de armonizarse y ser una con el Universo:
-Ommmm, ommmm, ommmm.
            Poco a poco se fue relajando, sus rasgos crispados se suavizaron y se dijo a sí misma que no permitiría nuevamente que circunstancias externas, problemas -independientemente que fuesen ajenos o propios- le robaran la paz.








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UN TALLER PARA MARÍA MOÑITOS


                    María Moñitos estaba deprimida. Después de su fallido intento de hacer una rica comida en base a plátanos y arroz para los amigos que invitara a su casa a una merienda de sábado por la tarde y que dicha comida fuera calificada como un mazacote por la burlona de Nuria no quería ni siquiera salir de  su casa.
                   Su círculo de “amistades” había olvidado ya el incidente, sobre todo ahora que los chismes y cotilleos se centraban en cómo era posible que se hubiera desaparecido el escritorio de la Directora ¡Casi en sus propias narices! y que nadie hubiera notado quién, cuando y cómo lo había sacado del Colegio.
                  María Moñitos seguía, sin embargo, pensando en aquella bochornosa merienda, sobre todo porque los niños del Preescolar de Nuria – justo al lado de su casa- cantaban todos los días en sus juegos de ronda:

María Moñitos me convidó
a comer plátanos con arroz.
Como no quise su mazacote
María Moñitos se disgustó.

Petrona Concha Natividad
come chorizos sin cocinar,
chupa bagazo como cochino
y come ají sin estornudar.

                 Se conectó a Internet para entretenerse teniendo buen cuidado de no entrar en Facebook ni en Twitter. Ya había pasado la época de los chistes repetitivos acerca de  su mazacote, pero igual, prefería evitar estas redes sociales.
               Sin embargo, curioseando por aquí y por allá entró en la revista virtual www.delatierratoda.blogspot.com donde vio un aviso que le llamó la atención.
                Publicitaba un Taller de Postres especialmente dirigido a principiantes. Lo que terminó de decidirla para que se inscribiera fue, después del exiguo costo, la frase con la cual lo promocionaban:
                SORPRENDA A SUS FAMILIARES Y AMIGOS  APRENDIENDO A PREPARAR DELICIOSAS DELICATESSES
             Se comunicó de inmediato al número telefónico que aparecía en el aviso y dos días después comenzó a asistir a sus clases.
             Al  mes siguiente todos sus amigos recibieron invitación para otra merienda en casa de María Moñitos. No entraré en detalles acerca de lo que ocurrió ese día, pero desde entonces, todas las tardes se escucha a los niños cantar de ronda en el Preescolar de al lado la siguiente tonada:

María Moñitos me convidó
a otra merienda y me sorprendió.
Por no saber qué cocinaría
me daba miedo ir ese día.

María Moñitos hizo un pastel,
y unos tequeños dulces también,
hizo melcochas  y gelatina
todos dijimos: -“¡Qué bien cocina!”




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LAS HISTORIAS DE DOÑA EVENCIA
Basado en una historia maquillada de la vida real

               Nadie sabe cuántos años tiene Doña Evencia. Si se observa su menuda figura, la escasez de sus cabellos blancos y la abundancia de sus arrugas, pareciera tener todos los años del mundo.
              Camina con una agilidad distinta, que el tiempo hace cada vez más diferente, y con la sonrisa simple de quienes estando más allá de todas las experiencias han vuelto a la inocente sencillez de los niños.
             Se sabe cuando anda cerca por los ladridos ya que a Doña Evencia la precede y sigue una escolta de perros callejeros, famélicos, pulgosos, sarnosos, con quienes comparte la única habitación de su ranchito y el poco alimento que consigue al día. Ladran sin morder, no pelean entre ellos ni con los demás perros del vecindario ni siquiera en los momentos en que su macilenta naturaleza les hace las llamadas más fuertes. Es como si la compañía de esta viejecita silenciosa y tranquila les hubiera amansado toda agresividad.
               Comen cualquier cosa: pan, huesos, verduras…menos carne. Ccn lo cara que está, creo que no podrían recordar cuando fue la última vez que la probaron.
              Un día Doña Evencia bajó del cerro y se dirigió al Banco a cobrar por primera vez su pensión de vejez. No sé quién le hizo antes todos los trámites de arreglo de documentos, pero mi hermana que estaba en el mismo Banco pagando la luz me contó que cuando Doña Evencia entró, el vigilante le reclamó y sacó los perros. Ella con sencillez y sin intentar siquiera hacer la fila insistió en cobrar.
    Con expresión perpleja la empleada le explicaba que debía entregar su cédula de identidad para poder demostrar quién era y Doña Evencia sorprendida –vivencia de tantos años en los que bastaba la palabra para decir la verdad y nadie hacía uso de documentos para mentir- abrió su bolso descolorido y sacó un comprobante antiquísimo de vacunación que la acreditaba ser inmune a la fiebre tifoidea y una foto de su propia madre sentada en un sillón de paletas con esa firme dignidad de nuestras doñas de hace un siglo.
    Dos tiempos, dos mentalidades, dos vidas tan distintas que buscaban encontrarse mediante una discusión imposible de entender para cada una.
           Al final, la joven que la atendía sonrió con gesto de burla, llevó el comprobante y la foto al gerente y le comentó el caso en tono de chiste.
           El ejecutivo miró a la anciana y los ojos fríos acostumbrados a juzgar y calibrar a las personas según su poder adquisitivo se animaron con una ternura nueva ante la viejecita desarrapada que le sonreía con su mirada más allá del tiempo.
           Mi hermana me cuenta que escuchó claramente cuando le decía a la secretaria:
    -Páguele la pensión, yo me responsabilizo –y un poco más bajo- para allá vamos todos.
           Al rato salía Doña Evencia con sus pulgares azulados por la tinta utilizada para estampar sus huellas, apretando fuerte el bolso –ahora precioso- rodeada de sus perros, y con su sonrisa sencilla y su agilidad distinta dirigió sus pasos hacia la carnicería.





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UN DIA NORMAL

     Se hallaban librando una tempestuosa batalla tratando de mantener en pie un matrimonio que se precipitaba al abismo en un descenso vertiginoso plagado de acusaciones mutuas, sospechas, celos, desidia, indiferencia, sentido del nada por la nada...y con dos hermosos hijos -dos varoncitos- atrapados en medio de esas discusiones diarias  con ojos muy abiertos y corazones adoloridos librando su propia lucha interna con sentimientos encontrados donde el amor a papá era antagónico a la lealtad por mamá y el amor por mamá era opuesto a la admiración y respeto por papá.

     Muy dentro cada niño se atribuía en forma tácita la  culpa de lo que ocurría, lo cual les generaba angustia.  Esta angustia inexpresada se manifestaba como pesadillas, bajo rendimiento escolar, agresividad...

-¡Mamá...!
-¡Otra vez, peleando! ¿Qué les pasa a ustedes? ¡Por qué tan agresivos? ¡Voy a tener qué prohibirles esas comiquitas japonesas que solo tratan de pelea, pelea y pelea! ¡Eso es lo que los pone así! ¡Una semana sin ver TV, jugar Play ni Nintendo...bueno, una semana o hasta que les vea comportándose como verdaderos hermanos!

La pelea cesó en el acto.
-¡Pero...mamá...!

-¡Deja a los muchachos tranquilos! Una semana es demasiado tiempo de castigo. Y, además, eso es normal, todos los hermanos pelean.  No vengas a pagar las frustraciones de tu trabajo con los niños acá. Vayan, pónganse a jugar Play un rato y simplemente no se vuelvan a pelear.
 
      Los chicos se fueron corriendo a la sala, no tanto por sus deseos de jugar Play Station sino, y sobre todo, porque sabían que venía otra pelea y no querían estar en medio.

-Siempre me desautorizas, así no los puedo corregir ¿Cómo es eso de que “es normal” que los hermanos peleen? ¡Que otros lo hagan no quiere decir que sea “normal” o “bueno”! ¿Qué sigue a esto, un “es normal que los jóvenes consuman drogas”?
No lo hago por desautorizarte
No lo haces por eso, pero es lo que logras. Ya estoy harta de esta situación¡Que no tomes en cuenta mi opinión en nada, el dinero que gano sí, y claro, lo que haga cachifeando!
Ay, no, menos mal que mañana me toca viajar, porque a tí quién te soporta.
     Salió dando un portazo.
     Mientras ella se pasó su día libre repitiéndose internamente y con matices diferentes el  a tí quién te soporta, él, por el contrario, lo olvido apenas decirlo, casi antes de decirlo.  Quizá por aquello de que el agresor escribe en agua y el agredido escribe en piedra.
     En la tarde -debido a los fuertes impulsos que la Naturaleza ejerce sobre los hombres jóvenes- regresaría tranquilo, solícito, hasta cariñoso.

      En la noche, besos ardientes -para él- se deslizarían por una espalda fría y envarada por el repetitivo y continuo recuerdo del  a tí quién te soporta que había amargado -más bien envenenado – su día libre.
   Él no lo tomaría como una normal consecuencia sino como una injusta venganza y en el borde de un abismo entre ambos que cada día se hacía más amplio haría lo que todo varón cuya formación religiosa y moral le prohiba la traición y el conocimiento científico le cause aprensión acerca de la adquisición de un posible HIV: Recurrir a Manuela.
     La recurrente compañera de su adolescencia -de la adolescencia de todos- que, en forma intempestiva había regresado a su vida ¿Para quedarse? Y que le traía algún alivio -no total, por supuesto- mezclado con un sentimiento de frustración.
      Regresó a la cama después de haberse duchado y se durmió de inmediato más tranquilo. Ella se quedó despierta casi toda la noche, con los ojos muy abiertos -para nada- en la total oscuridad del cuarto. Se durmió repentinamente -vencida por el cansancio-apenas quince minutos antes que el timbre del despertador le marcara el tiempo de inicio de una nueva jornada.  Ese día sufrirían los empleados a su cargo las explosiones de caracter que le habían valido el sobrenombre de La Vulcano.
     Él estaría más tranquilo -sólo un poco más-. Ambos a la espera de que ocurriera algo ¿Un milagro? ¿Un hecho fortuito? ¿Una ofensa imperdonable? Algo que fuera el punto culmen que terminara de mover la balanza hacia un lado o hacia otro para dejar de vivir en una continua semicrisis donde estar en el filo de la navaja era para ellos un día normal.





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CAPÍTULO FINAL


          Seguía escuchando sus gritos fuera y cómo golpeaba la puerta del baño...primero con los nudillos...luego con los puños y finalmente a patadas..

-¡ABRE, NIMSY!

           Arrodillada junto a la taza sanitaria iba contando :

_15...16...17...

-¡ABRE,NIMSY!

- 18...19...20...

-¡VOY A TIRAR ESA PUERTA ABAJO!

-...y 21.

     Las 21 perlas legítimas -una por cada año de mártir-monio, mártir para ella y monio para él- daban un extraño y grácil giro en la poceta antes de irse a perder por  el agujero que las llevaría...¿Dónde? Nunca se había preguntado donde iba esa tubería...ahora sí se lo preguntaba. ¿Donde iría la tubería? ¿Dónde iría ella con su vida?

-¡ABRE, NIMSY, TODO ES FALSO. ES UNA CALUMNIA!

       Todo había sido falso, tenía razón, todo...desde el principio. Lo único legítimo de su matrimonio eran las perlas ...y ahora iban rápidas, arrastradas por el agua hacia un destino desconocido.

-¡VOY A BUSCAR LA MANDARRIA!

       Sonrío tristemente, abrió la minúscula ventana de aluminio, esa que siempre olvidaba limpiar...se escabulló por ella con dificultad, llenando sus brazos de arañazos y marcas de roce que ya no importarían y se lanzó al vacío.




SÍNTESIS BIOGRÁFICA DE MARÍA TERESA FUENMAYOR TOVAR

         María Teresa Fuenmayor T. nació en Caracas a finales del año 1959, hace un año que reside en Villa de Cura juntamente con su esposo el pintor y muralista Orlando Aristigueta y su hijo Luís Felipe.  En poco tiempo se integraron al efervescente movimiento cultural que siempre ha caracterizado a Villa de Cura.

      A través del web site  www.desdevilladecura.blogspot.com  y del programa radial Desde Villa de Cura- Proyectando lo Nuestro que produce y conduce los sábados de 8:00 a 10:00 a.m. por la emisora Woman 102.7 fm Comunitaria a tu Estilo se ha abocado a la tarea de  promover y difundir las distintas manifestaciones culturales a nivel local y regional así como a dar a conocer a los cultores que llevan adelante dichas manifestaciones.

     Gratamente sorprendida por la gran cantidad de escritores aficionados -de todas las edades y de gran calidad- que hacen vida en Villa de Cura, trata de estimularles a que den a conocer sus creaciones.

     Ha trabajado en esa dirección con el 4to grado sección “A” de la E.B.E. Caridad Villasana juntamente con la docente de aula Marisol Pumero que estimula en sus niños y niñas el deseo de escribir narrativas, poesías, acrósticos, etc. que luego son publicados en el blog y leídos en el programa radial.

    Para contactarla el medio es el correo electrónico vozdevilladecura@gmail.com


















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